Tuesday, April 22, 2008

La escasez inexistente en las pizzerías

Dedicado a todos los Jairos de la comida rápida

El proceso de escogencia para llegar a tener una pizzería favorita es largo y traumático, porque la metodología de prueba y error predomina en el asunto.

Un factor crítico radica en el tiempo del domicilio. Personalmente, me tiene sin cuidado que se demoren 60 minutos, siempre y cuando me digan que se van a tardar precisamente una hora. No hay nada más molesto que esperar 15 minutos más de lo que prometió el tipo del teléfono (pongámosle Jairo, siempre dice el nombre pero uno nunca lo recuerda), porque en ese cuarto de hora el hambre se acrecienta, al igual que el odio por la pizzería.

En mi proceso de búsqueda, hace un par de años llamé a una pizzería famosa por su cumplimiento en los domicilios. Tenía en mis manos uno de esos cupones de “pizza gigante sin límite de ingredientes por $20.000” (por decir un valor al azar).

Después de lanzar toda una retahíla de ingredientes, el valor total a cancelar resultó ser de, por lo menos, $10.000 más de lo sugerido en el cupón.

“Es que muchos de los ingredientes que pidió son importados y por eso la pizza es más cara”, explicó Jairo.

¡Perfecto! Entiendo que existen componentes foráneos que por su naturaleza exótica incrementan el valor de la comida rápida y la vuelven gourmet.

Anchoas, pepperoni, jamón serrano o aceitunas negras... totalmente comprensible. Lo sorpresivo fue que Jairo mencionó el más colombiano de todos los ingredientes: el pollo.

¿Se está acabando? ¿hay escasez de pollo en Bogotá? ¿Las miles de pollerías de esquina son fachadas para lavar dólares? Jairo, no me importa que el sabor BBQ de su pollo importado sea “muy delicioso”. ¡No me cobre extra por el pollo!

Espero que esto no se vuelva una moda, porque odiaría ir a una fonda antioqueña y encontrar que la bandeja paisa vale más de lo normal porque la arepa es puertorriqueña.

Por eso no volví a pedir pizza en ese lugar. Y por eso también recuerdo con repudio a los costeños que jugaban dominó en la universidad.

Tuesday, April 15, 2008

Joder! con el cine en España

Los españoles se jactan de ser los padres de nuestro idioma, como si cada uno de ellos hubiera puesto su granito de arena para la consecución del diccionario de la Real Academia Española.

Hace poco visité la madre patria y pude ver cómo se esfuerzan por cuidar la lengua. Claro, las mañas colombianas se hicieron evidentes al punto de no poder disimular una sonrisa al ver la palabra “tire” en cada puerta. Ellos no halan, ellos tiran. Y por supuesto, la sonrisa sufre una amenaza de carcajada ante anuncios como “tire en caso de incendio” o “tire con fuerza”.

El español se lee como se escribe. Por eso, ellos no lavan la ropa con Woolite, sino con Volite y no ven las películas en DiViDí, sino en De-Uve-De.

Su afán proteccionista ha sufrido más de un tropezón, pero los más evidentes han sido en el séptimo arte. Ellos no tienen Shrek, sino Esrec, y no ven la película de El Hombre Araña o de Spiderman, sino la de Espíderman. Además, las traducciones de los títulos de las películas, cuando no son nombres propios, sufren errores graciosísimos, como la película “Duro de Matar”, más conocida en España como “Jungla de Cristal”, o “After Hours”, de Martin Scorsese, que tradujeron como (esta es buenísima) “Jo, qué noche”.

En la saga de La Guerra de las Galaxias uno de los íconos más tradicionales es “el lado oscuro de la fuerza”, traducido en España como “el reverso tenebroso de la fuerza”, y la frase popularizada por Terminador “hasta la vista, baby”, que además es lo único que saben decir los estadounidenses en español, la asesinaron con un suculento “sayonara baby”.

Dos preguntas me surgieron después de mi visita a España. Si son como son, ¿por qué en las esquinas las señales de “pare” dicen “STOP”? y ¿por qué los huevos no se sirven con tocino sino con “bacon”?

Thursday, April 03, 2008

Lo siento, pero lo siento

Amo los espacios abiertos. Salvo contadas ocasiones (conciertos de rock), procuro que mis visitas a lugares concurridos estén demarcadas por horarios atípicos, para no adentrarme en la chichonera.

Mi repudio por la turba nació en la universidad. Los que estudiamos fuera del perímetro urbano de Bogotá y no estábamos dispuestos a pagar peaje, o simplemente éramos (somos) pobres y no teníamos (tenemos) para la gasolina, recurrimos a las flotas.

Flota: racimo humano que recorre distancias intermunicipales al son del vallenato. Se caracteriza por viciar el ambiente sabanero con una mixtura de fragancias corporales boyantes.

Después de ingresar al vehículo, un mozalbete de escasas primaveras conducía a los individuos hacia el fondo y los acomodaba como figuras de tetris con frases como “al fondo del carro está vacío”, “¿me colabora?” o “de medio ladito puede pasar”.

Este magistrado es el máximo exponente del froterismo. Se cuela por entre los guacales, los estudiantes, las maquetas y las maletas para cosechar el pasaje de los presente. El problema radica en que en esta cruzada pierde totalmente el respeto por el espacio ajeno.

Lo más frustrante es que dado el sentido arrabalero del transporte es imposible decirle: “disculpe usted, pero percibo con total claridad cómo mi cuerpo está separado de sus genitales por escasos centímetros de ropa”.

Estas vivencias me generaron un trauma que hoy me impide ir a Andrés Carne de Res, Gavana o a cualquier bar o restaurante de moda. ¡Lo juro, no es por falta de plata!.