Wednesday, December 30, 2009


Teoría de la inspiración inconclusa
 

No todos los compositores tienen la inspiración necesaria para hacer una canción completa, y en ocasiones se valen de tarareos y lalalás para rellenar los vacíos. Esa inspiración inconclusa, parpadeante y tartamuda pulula en las canciones y las vuelve populares, básicamente porque todo el mundo puede tararear.

Por ejemplo, uno de los estribillos más famosos de Bob Marley dice:
Alalalalalón, alalalalalón, lonlelón lonlón (¡come on!).

Red Hot Chilly Peppers se valió del tarareo en su popular canción “Around the World”, para no cansarnos con el coro repetido:


I know, I know for sure; ning, nang, nong, nong, neng, neng, nong, nong, ning, nang.
I know, I know it’s you; ning, nang, nong, nong, neng, neng, nong, nong, ning, nang.


Un caso similar es el de algunos autores tropicales, que hacen la tarea de componer la canción completa, pero la graban con una pronunciación caribeña que parece más un tarareo.

Ramón Orlando musicalizó una oda al home run comparando la carrera beisbolera con el movimiento de caderas femenino. No señor, eso que usted canta como “siano tumbirao, siano tumbirao, con tanto swing y gracia”, en realidad es un clarísimo “Se anotó un virao”.

El mejor ejemplo de estos trabalenguas danzantes lo constituye una canción ininteligible que, a la fecha, no he podido saber qué dice. El coro reza algo así como “sé que si se tiran parán pompín (oh, oh, oh); sé que si se tiran parán pompín”.

Pero los mejores casos de inspiración inconclusa se evidencian cuando la canción está a punto de ser terminada y faltan un par versos. Los compositores optan por palabras y frases obvias que, analizadas con lupa, resultan graciosísimas.

Por ejemplo, la canción “Clase de amor”, de Juanes. Me imagino al cantante paisa con guitarra en pierna y esfero en mano componiendo: “Sé que después de la tormenta viene la calma… eee… mmm… esteee…eee… pero no creo que en ti haya calma. ¡Listo, acabé!”. Me encanta Juanes, pero se le van las luces en un par de versos.

En mi opinión, la mejor muestra de este síndrome del último verso se encuentra en la canción “Te quiero, dijiste” (o muñequita linda), de la finada compositora mexicana María Grever:

Yo te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho,
tanto como entonces,
siempre hasta morir.


La canción es espectacular, pero es imposible no evocar conversaciones consentidas de noviazgos idílicos.

- Mi amor, ¿tú me quieres?
- Sí.
- ¿Mucho?
- Mucho.
- ¿Mucho, mucho, mucho?
- Sí mi amor. Mucho, mucho, mucho.

Tuesday, December 22, 2009


Fuentecilla que corre, clara y sonora
 

Creo que los villancicos son la única costumbre navideña relegada al último mes del año (como debe ser). Podríamos decir lo mismo del árbol, el pesebre y los regalos, pero los centros comerciales “visten” sus estanterías de rojo y verde desde mediados de noviembre, y muchos padres instan a sus hijos a escribirle la carta al Niño Dios desde octubre, para clasificar a las promociones de fin de colección de Pepe Ganga.

Con los villancicos no pasa lo mismo. Nadie canta un villancico en noviembre o en enero.

Esa es una de las razones por las que los considero verdaderamente tradicionales. Es más, si lo pienso con detenimiento, constituyen uno de los estandartes de la tradición oral popular.

En mis primeros años, cuando me aprendí los villancicos de memoria (junto con el benignísimo Dios de infinita caridad, el soberana María, el ¡Oh! santísimo José y el acordaos ¡oh! dulcísimo niño Jesús), compartí con mi familia las primeras instancias de esa tradición oral.

Años después, cuando comencé a rezar la novena con mis amigos y compañeros del colegio (¡qué oso cantar el ven, ven, ven!), descubrí que ellos también conocían los villancicos típicos: Antón tiruriruriru, Tutaina tuturumá, A la nanita nana, El tamborilero y El burrito sabanero.

Y pare de contar. Las avecillas, a Belén pastores y Noche de paz no valen, porque todos conocen sólo uno o dos versos.

Claro está que los villancicos son una tradición oral incompleta, porque sólo nos sabemos el coro y la primera estrofa de cada uno. La tercera estrofa de A la nanita nana es: “Pajaritos y fuentes, auras y brisas; respetad ese sueño y esas sonrisas; callad mientras la cuna se balancea; que el niño está soñando, bendito sea”. ¿Quién se sabe eso?

Nunca supimos lo que significaban nuestros villancicos / trabalenguas, aunque personalmente tengo una teoría con respecto a “A la nanita nana”:

Este vocablo constituye la involución de un llamado en el se invita a un sujeto indeterminado a abordar una doncella (Adriana). Probablemente, en el verso original la preposición “a” era reemplazada por “hacia”, al tiempo que el “ea” constituye una interjección, o expresión de júbilo e impresión súbita, y bien podría suplirse por “huy”, “epa” o “guay”. Adicionalmente, nos dirigimos a la doncella por su nombre de pila más el artículo femenino, ejercicio propio de los sectores populares. Así, no será “Adriana”, sino “la Adriana”.

Si estoy en lo cierto (lo cual creo bien probable), el coro original de nuestro tradicional villancico sería:

Hacia la Adrianita, Adriana;
Adrianita, Adriana;
Adrianita, ¡guay!
Mi Jesús tiene sueño,
bendito sea, bendito sea.

Thursday, December 10, 2009



Rutinus interruptus
 

Hace unos días me emborrache con unos amigos. Me emborraché bien emborrachado. ¡Hasta la pituitaria! Fuimos al mejor bar de rock del mundo (sobra decir el nombre) y amanecimos en un apartamento del barrio Pablo VI.

Esa noche fue rutinaria. No porque todas las noches sean así, sino porque siempre que vamos a ese bar es igual: Cantamos y nos embriagamos hasta que prenden las luces, hacemos escala técnica en la choricería de la calle 68 y rematamos en el mismo apartamento de siempre.

En la mañana, el sol se cuela por las persianas y penetra en lo más profundo de nuestro torrente sanguíneo, redundando en una cefalea que nos proyecta en dirección a la panadería de la plazoleta. Finalmente, después del caldo de costilla reglamentario, nos encaminamos a Carulla por un par de cervezas.

Pero esta vez fue diferente, porque descubrimos que el Distrito, muy a nuestro pesar, adelantó una reglamentación que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas antes de las diez de la mañana.

¿Cómo esperan que empatemos el guayabo? ¿Qué pasará con las licoreras que nunca cierran sus puertas? ¿Cuántas familias se ven afectadas con la medida? ¿En qué momento un Carulla 24 horas deja de vender trago?

Hicimos pucheros hasta que nos dolió el labio inferior, y por breves instantes estuvimos a punto de quebrar la voluntad de la cajera. Al final, nuestra vestimenta y hedor matutino jugaron en contra nuestra.

Tal vez una mejor apariencia, acompañada de una mentira no piadosa, habría facilitado las cosas. A las 10:10 a.m., con las cervezas en la mano, pensamos en mejores excusas para una próxima oportunidad. Estas fueron las finalistas:

- “Es para adobar la carne del asado”.
- “Necesito dos cajas de vino para hacer un ponqué”.
- “Busco licor de naranja para hacer unas bananas flambé”.
- “Voy a preparar helado casero de ron con pasas”.
- “Salgo en diez minutos al Nevado del Ruiz y necesito llenar de coñac el barril de mi San Bernardo”.

Monday, November 23, 2009



Teoría alimentaria de sobresaturación por indigestión reiterativa
 

Nuestros gustos gastronómicos evolucionan. Hay alimentos que no disfrutamos en nuestros primeros años, pero que se vuelven indispensables en la adultez. En mi caso, las aceitunas y las alcaparras. Hay otros que amamos cuando somos niños y que comenzamos a dejar en el plato, poco a poco, hasta que desarrollamos por estos un odio encarnizado. En mi caso, las guayabas y las uchuvas. ¿Por qué?

El primer postulado se explica con facilidad. Un ajiaco no es ajiaco sin alcaparras, y un Martini no es Martini sin aceitunas. Con los años le tomé cariño a las dos preparaciones y voilà, me comenzaron a gustar las aceitunas y alcaparras, por defecto.

¿Y las guayabas y las uchuvas?

Pasé un buen porcentaje de mis fines de semana, entre 1985 y 1992, en dos fincas: una en Fusa y otra en Cota. En la primera pululaban los árboles de guayaba y, en la segunda, los de uchuva.

Me embutí estas frutas hasta que me salieron por las orejas, organicé con mis primos campeonatos enteros (con eliminatorias, octavos y cuartos de final) de comer pirámides de uchuvas y me atraganté de guayaba hasta la diarrea severa, que, según mi mamá, merma con jugo de guayaba.

Incluso me llevé talegadas de fruta a mi casa en Bogotá, donde mi mamá, en un afán enloquecido por no desperdiciar la comida, me mandó en la lonchera del colegio queso con dulce de uchuva y jugo de guayaba.

Hoy no puedo ver esas frutas ni en un bodegón, y mis traumáticas experiencias con la guayaba y la uchuva me llevaron a desarrollar la teoría que titula esta entrada de Me Regala para un Pan:

El cuerpo humano tiene la capacidad de procesar grandes cantidades de alimentos, que si consolidamos en una ecuación básica redundan en cifras astronómicas que lindan con lo ridículo.

Hagamos el ejercicio con la leche. Una persona promedio, que desayune todos los días con un vaso de leche (con cereal, café, té, avena) ingiere un litro de leche en cuatro días, aproximadamente. Estamos hablando de más de 92 litros en un año.

Una persona, que viva en promedio 75 años, se tomará casi 7 mil litros de leche en su vida. Eso supera con creces la capacidad de un camión cisterna promedio (5.000 L) y equivale a la producción diaria de 346 vacas, a doble ordeño por día. ¡Esa es mucha leche! (léase con acento guache).

Según esta teoría, esa es la capacidad máxima aproximada de leche que un cuerpo promedio es capaz de procesar en su vida. Si un individuo colma ese aforo a la edad de 40 años, pasará el resto de sus días odiando la leche. ¡Odiándola con el alma!

Y cuando la suegra le diga “¿un vasito e’ lechita pa’l veleño? No va y sea se atore”, hará una mueca de desagrado y dirá con total cordialidad “no, muchas gracias, creo que de joven me tomé toda la leche que me tenía que tomar”.

Friday, November 13, 2009


¿Quieres ser mi exnovia?
 

Hoy, viernes 13 de noviembre de 2009, puedo llamar a una exnovia al azar y pedirle un favor cualquiera. Creo que todas estarían dispuestas a ayudarme. ¿Cuántos de los lectores de este blog pueden decir lo mismo?

Y no es que mis exnovias sean muchas, pero aunque se trate de solo tres o cuatro, no todo el mundo puede decir que lleva un trato amable con sus “ex”.

No hacerlo es un error. El rompimiento de las relaciones sentimentales es traumático, por lo menos para una de las partes, pero cuando el odio se convierte en resignación y la resignación evoluciona en aceptación, dos personas experimentan un verdadero nirvana de cordialidad.

Esto ocurre, básicamente, porque la categoría de exnovios es inmortal. Es el único estatus eterno. Normalmente las personas no piensan mucho en eso, porque prestan más atención a la relación “mientras dura”, y olvidan el carácter sempiterno de la post-ruptura.

Hagan el balance con todas las demás relaciones de amistad, noviazgo y amantazgo, público o clandestino. Todas se caracterizan por periodos indeterminados, pero perecederos, que en ocasiones permiten el paso de un estatus a otro: De amigo a amante, de amante a novio, de novio a esposo. ¡Y ni siquiera el matrimonio se salva! El cura lo dice clarísimo: “hasta que la muerte los separe”.

Con el rótulo de exnovio es diferente. Ninguna de mis exnovias puede dejar de ser mi exnovia y no puede hacer nada al respecto. Aunque se arrepienta de haberse cuadrado conmigo, lo único que puede hacer es terminarme, y adivinen en qué me convierte.

Eso da todo un nuevo significado a la canción de misa “Si el grano de trigo no muere...”

No importa si se casa, si tiene hijos, si se separa, si sale del closet. ¡Nada! Ni siquiera la muerte vence el estatus, porque no hay cláusulas legales de desvinculación por fallecimiento.

Thursday, November 12, 2009



Los arrebatos del humor, la negligencia
 

Últimamente me he encontrado mucho con una frase de cajón digna de esquelas y tarjetas de amor y amistad: “Los amigos son los hermanos que Dios olvidó darnos”.

Divina, ¿cierto? Da a los amigos un estatus superior, trascendiendo su carácter optativo, y relega a los hermanos al lazo de consanguinidad obligatorio. Exalta el aprecio por el camarada y minimiza a los pares en el árbol genealógico.

Deberíamos pensarla al revés: “Los hermanos son los amigos que Dios recordó darnos”. Porque, si no me falla la memoria, mis padres siempre me hablaron del núcleo familiar como único nido de incondicionalidad. Pero la amistad entre hermanos casi nunca florece, porque en contadas ocasiones es evolutiva.

Las amistades nacen, crecen, se reproducen (sí, también pasa) y a veces mueren. En cambio la etiqueta de hermano no tiene fecha de caducidad y es inamovible. El amigo es amigo y el hermano es hermano.

No lo tomen a mal. Escribo esto con mucho cariño. La frase de esquela no es equivocada.


Quiero a muchos de mis amigos como si fueran parte de mi familia, e incluso algunos se comportan como tal. Llegan a mi casa a la hora que les da la gana, se comen el mercado sin preguntar y pasan fines de semana enteros sin moverse del sofá. Creo que he visto a más de uno sacándose los mocos en frente de mi mamá.

¡Se comportan como si Dios nos los hubiera negado! (Hijo, si lo hubiera querido a tu lado, te lo habría puesto como hermano).

Pero nuestros amigos son así, peculiares, polémicos. Los escogimos por una razón, aunque ya la hayamos olvidado, y los queremos por lo que son, ¿cierto?

¡Falso!

No te quiero por borracho y mujeriego. No te quiero por imprudente o ignorante.


Te quiero porque te quiero, porque me sale del alma. No por lo que eres, sino a pesar de lo que eres.

Thursday, October 29, 2009



Supeeeeeerperiodistaaaaas

Dedicado a los periodistas que alguna vez han sido amenazados.

Soy periodista. Estudié Comunicación Social y Periodismo en la Universidad, trabajo en medios de comunicación, investigo, redacto, edito y publico. Eso resume a grandes rasgos mi actividad profesional.

Es un trabajo común, pero muchas veces las personas que cursaron otras carreras se imaginan algo totalmente diferente.

Me pasó en un matrimonio. En una mesa llena de desconocidos, algún individuo intentó amenizar la comida y propuso la presentación resumida de los presentes.

- Yo soy contador público y trabajo con una entidad del distrito, ¿y ustedes?
- Yo soy administrador de empresas y trabajo como auditor interno en una planta de producción.
- Yo, residente de cirugía laparoscópica en la Clínica de la Mujer.
- Yo soy periodista.

Todos abrieron los ojos, y alguno soltó un “¿en serio? ¡Wow!”, como si hubiera dicho “doble de películas de acción” o “pescador del Báltico”.

¿Por qué pasa esto?

Principalmente, porque el cine y la televisión han vendido una imagen errada de la profesión. La gente cree que los periodistas vivimos arropados con un abrigo café, cargamos una libreta y una grabadora en el bolsillo, amamos fumar bajo la lluvia y tenemos el estudio de la casa lleno de primeras páginas enmarcadas.

La gente cree que tenemos presupuestos descomunales, que almorzamos todos los días con un ministro o un senador, que viajamos cuando y a donde se nos da la gana para confirmar una fuente, y que a muchos columnistas les pagan una millonada para que investiguen por semanas una historia que se verá reflejada en cuatro párrafos.

La gente también cree que todos los periodistas cubren orden público, y por eso más de uno nos imagina corriendo por la selva, con micrófono en mano y cámara al hombro, en una escena ambientada por explosiones de napalm.

La verdad es otra y la profesión no siempre es tan emocionante o riesgosa. También nos ponemos corbata, trabajamos semanas frente a un computador, tenemos reuniones periódicas y almorzamos con cinco mil pesos. De los presupuestos mejor no hablemos.

Aunque la visión generalizada se aleja mucho de la realidad, los periodistas muchas veces aprovechan (aprovechamos) ese desconocimiento colectivo en beneficio propio. Ante un mal servicio en un bar, un restaurante o una oficina estatal, más de uno ha gritado “¡Usted no sabe con quién está hablando! ¡Yo soy periodista!”

Qué pena.

Wednesday, October 21, 2009




Ludo-flora (Vegetalus Divertitis)

“De todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Mi mamá 2:17)

Hace poco más de una década, en un parque de barrio se podía organizar un partido de fútbol en el que los arcos, las líneas divisorias y hasta el punto medio de la cancha eran demarcados por árboles, arbustos y protuberancias en el pasto.

En ese entonces, la flora constituía tanto el parque como los juegos. Todos tratamos de llegar a la copa de algún pino y algunos nos atrevimos a consentir los polluelos de los nidos que creíamos abandonados, condenándolos a la inanición.

Pero lo más llamativo eran las flores y los frutos de los arbustos, porque en las manos de un niño adquirían una connotación lúdica y se transformaban en juguetes de momento.

Mi juguete favorito eran las flores amarillas que antes de hacer eclosión semejaban cápsulas llenas de aire. Al ser arrojadas con fuerza al piso producían pequeñas explosiones, y si se sacudía el árbol y se pisaban rápidamente las cápsulas se conseguía un efecto de ráfaga que alertaba a los vecinos. “¡No me dañen los arbolitos!”

También se podían encontrar algunas flores (¿o frutos?) que reaccionaban ante la presión convirtiéndose en pequeños gusanos verdes. Constituían el sueño de todo niño y la pesadilla de toda niña.

Incluso algunas flores eran manipuladas con fines gaminescos. Innumerables pétalos fueron condenados escurrir saliva en intentos fallidos por aprender a chiflar.

Conocimos el olor de la naturaleza gracias a pequeñas arvejas aplastadas que al ser pisadas despedían un olor ideal para dar por culminado un día de colegio y cerrar la jornada con matrícula condicional.

También arrancamos los pétalos de unas flores cónicas para lamer el fondo de un recipiente lleno de néctar, polen y hasta gusanos. En nuestros experimentos por saborear la flora del parque descubrimos las cerezas silvestres, que se bajaban a balonazos y producían espectaculares dolores de estómago (no vuelvo a-cereza).

Lo único que se nos quedó por las ramas fueron los frutos prohibidos. Esas pepitas amarillas y rojas, coloridas y llenas de semillas blancas, que nuestras mamás tildaron de venenosas. ¡Ese era el árbol del conocimiento y el discernimiento en nuestra infancia!

Me quedé con la duda. Nunca supe de alguien que hubiera probado esos frutos, pero tampoco de alguien que hubiera muerto por hacerlo.

Wednesday, October 14, 2009


Mejor ser buñuela bonita

Cuenta la leyenda que una persona que aprende a manejar en Bogotá es capaz de hacerlo en cualquier ciudad del mundo, principalmente por tres razones.

Primero, porque el estado de las vías es lamentable. Los huecos, las alcantarillas destapadas, la falta de señalización y los carriles que desaparecen por arte de magia son pan de cada día. Incluso, algunos tramos duran años en obra (calle 116, entre la 19 y la 15) con grandes máquinas abandonadas, como Transformers en estado vegetativo, y telas azules o verdes que limitan con peligrosos abismos y demarcan pistas de obstáculos conocidas como senderos peatonales.

Segundo, por la guerra eterna entre el transporte público y el privado. Eso sí, todos odian la imprudencia de los taxistas, a menos que uno sea el pasajero.

Y tercero, por la falta de solidaridad. Nadie cede el paso, nadie pide permiso, nadie respeta las cebras, los semáforos, las señales, los PARE…

Pero al final del día hay unos personajes que llevan la delantera. Las únicas que tienen una ventaja por encima de los demás son las mujeres bonitas, porque a ellas sí se les cede el paso.

Increíble, pero cierto. Puedo esperar horas a que me den paso en un cruce, sólo para ver cómo una hermosa buñuela se atraviesa, al tiempo que todos le sonríen por los espejos y le demarcan el camino a su casa.

¿Por qué? ¿Únicamente porque es más bonita que yo? ¿Qué puede obtener un conductor al darle prelación a una mujer bonita? ¿Va a parquear, bajarse y agradecerle? ¿Le va a dar el teléfono?

Me encanta la ingenuidad masculina. Los hombres sueñan con la anécdota idílica y se pegan del “uno nunca sabe”.

- ¡Hacen una pareja divina! ¿Cómo se conocieron?
- Fue mágico. Yo le cedí el paso en la 100 con 15.

Señoritas, no se dejen convencer. La próxima vez que un gordo las deje pasar, puede querer algo más. ¡Cuidado! No se detengan a darle las gracias y por nada del mundo le den el teléfono.

Wednesday, October 07, 2009


Adivine por dónde se lo tiene que meter

Escribo hoy, 7 de octubre, desde la comodidad de mi casa, gracias a una otitis aguda que me obliga a guardar reposo por tres días. Hace dos noches fui a la sala de urgencias de la clínica Shaio, donde un joven doctor me recetó unas pastillas de amoxicilina y otras de acetaminofén. Después dijo a una enfermera que me aplicara una inyección para (quitarme) el dolor.

Ahí comenzó el viacrucis. Le tengo pánico a las agujas y me cuesta creer que la medicina actual no se haya ingeniado una mejor forma de administrar medicamentos, vacunas y otras sustancias.

Por ejemplo, la penicilina. Es maravillosa, milagrosa, mágica. Sus efectos son únicos. Es el papá de los antibióticos. Pero tiene la consistencia de un kumis vencido. No es justo con los pacientes que la máxima solución a sus dolencias sea una inyección de mazamorra. Alexander Fleming la descubrió en 1928 (la penicilina, no la mazamorra) ¿y 91 años después no hemos dado con la penicilina oral? ¿O al menos con una más “rendida”?

La inyección es ofensiva, pero no le gana al supositorio. Es increíble que exista semejante opción. “Señor Rodríguez, cuando parecía que todo estaba perdido hemos identificado plenamente su problema y podemos contrarrestarlo. Tome este dispositivo… adivine por dónde se lo tiene que meter”. ¡Impensable!

¿Quién inventó el supositorio? ¿Bajo qué circunstancias? No me puedo imaginar largos estudios clínicos y juntas médicas con ancianos barbados tomándose la cabeza a dos manos, pensando en una solución revolucionaria, hasta que un brillante joven sale con algo como: “¿Y si se lo metemos al paciente por el c…?”

El tema es hilarante, pero nadie quiere estar en esa situación. Nadie cuenta que le recetaron supositorios. Todo el mundo dice “me mandaron antibiótico”, pero nadie pregunta “¿y por dónde te toca?”.

Seguramente las vías de administración de los medicamentos dependen de muchos factores (rápida acción, absorción, composición, etc.). Los médicos tendrán sus razones. Yo tengo las mías para pedir pepas.



Friday, October 02, 2009



¿Y la wafflera?

Los niños no tienen pudor, vergüenza o tacto. Dicen las cosas como las piensan, señalan los defectos sin tapujos y preguntan todo, en el lugar menos indicado, en el instante menos adecuado y a la persona menos tolerante.

Por eso la inocencia infantil pocas veces es encantadora. Porque los padres de los inocentes pagan con creces la vergüenza que se les endosa como tutores.

Esa inocencia infantil, esos comentarios llenos de picardía, esas palabritas cargadas de humor sano, sólo se pueden disfrutar en dos circunstancias:
La primera, cuando uno no es el padre del crío que comete la falta.
La segunda, cuando uno sí es el padre, pero el comentario se hace sin público.

Por ejemplo, mi inocencia infantil favorita la protagonizó mi hijo de cuatro años. Recientemente, entablé con él una entretenida conversación en la que le preguntaba para qué sirven los electrodomésticos:

- ¿Para qué sirve el horno?
- Para calentar la comida.
- ¿Y la tostadora?
- Para tostar el pan.
- ¿Y la sanduchera?
- Para hacer sándwiches.
- ¿Y la cafetera?
- Para hacer café.
- ¿Y la wafflera?
- Para hacer… ¿guayabas?

Estábamos solos en el carro, y tuve que parar unos segundos para reírme a mis anchas.


Thursday, September 24, 2009


La atracción y la ignorancia

La fuerza de atracción es fascinante, pero la relativa a la física, no al libro El Secreto y su tema de superación personal. Por eso los imanes se llevan el premio mayor en la categoría de utensilios de hechicería manipulados en la escuela básica primaria.

Aún recuerdo las clases en las que llevaba al colegio un imán y un frasquito con una especie de metal en polvo. Pocos minutos después de iniciar la clase, las partículas bailaban sobre una hoja de papel, siguiendo los movimientos que el imán trazaba al otro lado de la hoja. ¡Brujería, señores! Eso representaba para mí un imán: la solidificación de la magia.

Esas clases tuvieron aspectos positivos y negativos. Conocí varias explicaciones físicas, pero también perdí un puñado de inocencia.

Grande fue mi decepción cuando supe que los imanes no son los objetos enormes que el coyote amarró a unos patines para perseguir al correcaminos, ni las herraduras rojas con blanco que Bugs Bunny metía en los pantalones de Helmer. Tampoco eran tan fuertes como para quitarle los enchapes a una casa, ni lanzaban rayos amarillos con manos que atrapaban objetos metálicos.

Eran simples discos negros que se pegaban a las patas del pupitre.

Por eso la magia es cautivadora, porque nos mantiene ignorantes. Un niño puede jugar con un imán por días, tal vez por semanas, pero al final su lugar en la casa siempre será el mismo: en la nevera, sosteniendo un examen sobresaliente, una foto o una canasta miniatura con frutas cristalizadas (el lugar del imán, no del niño).

Pero ahora, muchos años después de hacer el experimento, los imanes se han reivindicado conmigo. Han recuperado su perfil misterioso, casi oscuro. Lo único que cambió es que ahora soy ignorante en otro sentido.

Sé lo que hace un imán, pero ¿dónde lo consigo? Si por alguna misteriosa razón llego a necesitar un imán con extrema urgencia, ¿dónde lo compro? Si mi hijo me dice: “Papi, mañana tengo que llevar un imán al colegio”, ¿salgo de la oficina y para dónde agarro?

Tal vez esa es la información que se devela en el libro El Secreto.


Wednesday, September 16, 2009

La onomatopeya / The onomatopoeia

Muchas conversaciones en avanzado estado de alicoramiento aterrizan en este blog. Gracias a una duda estúpida, recientemente se entabló con mis borrachos favoritos un debate aún más estúpido: Cuando uno escribe en MSN “jaja”, ¿en verdad se está riendo?

Tal vez no. Tal vez escribimos “jaja” porque algo nos parece gracioso, y no necesariamente estamos doblados de la risa frente a la pantalla. Tal vez cuando escribimos “jaja” simplemente estamos sonriendo, y en dado caso deberíamos usar la carita sonriente (dos puntos seguidos por un paréntesis de cierre).

Yo escribo “jeje”, porque suena más natural. El “jaja” es exagerado, suena a risa grabada, tipo Friends o El Chavo. Eso sí, nunca uso el “jojo”, porque es muy navideño, ni el “juju”, porque nadie se ríe así. El “jiji” es aceptable, aunque es una risa pequeñita, sugestiva, hasta maquiavélica.

Pero además de los jajás, jejés, jijís, jojós y jujús (ojo al plural tildado) he encontrado sus equivalentes en inglés, en los comentarios de los videos de YouTube. Estas abreviaciones no son simples onomatopeyas, sino historias completas. Admito que tuve que hacer curso
para entender muchas siglas que, al final, representan básicamente lo mismo.

A continuación, una pequeña tabla de equivalencias sigla / significado / traducción. Por su puesto, la traducción no es literal, pero se acerca mucho a la sensación que se busca transmitir. Ustedes sabrán perdonar las groserías (en inglés y en español):

LOL: Laughing out Loud: Riéndome duro
ROFL: Rolling on Floor Laughing: Riéndome y dando vueltas en el piso
OMG: Oh My God: ¡Ay por Dios!
OMFG: Oh My Fucking God: ¡Ay juemadre, por Dios!
WTF: What the Fuck: ¿Que qué? o ¡Qué hijuemadres!
ROFLMFAO: Rolling On Floor Laughing My Fucking Ass Off: Cagado de la risa, dando vueltas en el piso.

Wednesday, September 09, 2009

Mi amigo hace vaginoplastias

Cuando mi amigo me mostró su tarjeta de presentación pensé que había abandonado la medicina para iniciar su carrera de “chulo” y montar un prostíbulo. Una mujer desnuda enmarcaba sus datos personales (los de mi amigo).

La letra menuda aclaró mis dudas “Pepito Pérez, cirujano gineco-obstetra”. Al respaldo, en el listado de servicios, decía “vaginoplastias”.

Para los que no estén familiarizados con el tema (no, mi querido saltamontes, no son vaginas de plastilina), se trata del procedimiento quirúrgico mediante el cual se rejuvenece el órgano sexual femenino.

Luego supe que una mujer puede reducir sus labios menores (nifectomía) o disminuir el tamaño (casi digo envergadura) de su canal vaginal. También es posible restaurar el himen, que suele perderse entre los 14 y los 17 años, en la mayoría de los casos.

También supe que es un procedimiento muy solicitado, pero aún no alcanza la popularidad de la mamoplastia. ¿Por qué? La pregunta tendría que hacerse a mujeres y hombres por igual:

Señorita, señora: ¿Usted preferiría hacerse una mamoplastia o una vaginoplastia? ¡Fácil! Creo que las mujeres se inclinan por la primera opción, porque es pública. Cualquier retoque es doblemente bueno si la sociedad puede admirarlo o envidiarlo.

Ahora démosle la vuelta a la pregunta. Señor, ¿preferiría que su novia/esposa/amante se hiciera una mamoplastia o una vaginoplastia? La respuesta ya no es tan sencilla. ¿Usted prefiere que el vulgo admire los (dos) frutos de la cirugía? ¿O prefiere disfrutar el retoque en la comodidad del anonimato?

La respuesta más creativa recibirá un 15% de descuento en nifectomías. Aplican condiciones y restricciones.

Wednesday, September 02, 2009

Los vocablos prohibidos

En Bogotá una persona “pela el cobre” cuando evidencia su origen humilde tras proferir un vocablo comúnmente censurado por la alta alcurnia capitalina. Ejemplo: Ante el enunciado “páseme el peine para el cabello, que está en el bolso” el hablador recibe una mueca de desagrado.

La razón es simple, pero poco lógica. Para un bogotano de “buena cuna” las palabras peine, bolso y cabello tienen una frecuencia de onda que hiere el oído medio y genera un rechazo social automático. Lo correcto sería decir “páseme la peinilla para el pelo, que está en la cartera”. ¡No entraremos a discutir lo correcto o incorrecto que es llevar una peinilla en la cartera! Tampoco nos detendremos en la construcción de la frase. Concentrémonos en la forma, no en el fondo, y pongamos como ejemplo la dualidad cartera versus bolso.

Según la RAE:

Cartera: Objeto de forma cuadrangular hecho de cuero u otra materia generalmente flexible, que se usa para llevar en su interior documentos, papeles, libros, etc.

Bolso: Bolsa de mano generalmente pequeña, de cuero, tela u otras materias, provista de cierre y frecuentemente de asa, usada especialmente por las mujeres para llevar dinero, documentos, objetos de uso personal, etc.


De acuerdo con lo anterior, la palabra bolso define mejor el objeto del ejemplo, y cartera viene siendo sinónimo de billetera.

Conclusión. La Real Academia de la Lengua, máxima instancia del idioma español, aprueba que usted, jovencita, diga bolso cuantas veces le dé la gana. Pero trate de no hacerlo en el cuadrante comprendido entre las calles 72 y 100, y las carreras 15 y 7, o podría terminar crucificada en el parque de la 93.


Seguramente, las niñas del Femenino y los niños del Moderno no demoran en tramitar un proyecto de ley para dar cárcel a quienes profieran estos vocablos prohibidos.

Hasta entonces, mi querida niña, atropelle el elitismo con tranquilidad, porque el diccionario aplaude con entusiasmo su chabacanería.

Thursday, February 12, 2009

Debe ser una afección del hígado

Si hay algo peor que un grupo de médicos es estar en un grupo de médicos sin ser uno de ellos. No sé con certeza en qué momento pasó, pero yo, periodista, terminé rodeado de amigos graduados de la facultad de medicina.

Hablar con un grupo de médicos de manera civilizada es imposible. Todo el tiempo hablan de sus pacientes, la enfermedad de moda, sus consultorios, los tratamientos que están siguiendo, el libro (no de literatura) que están leyendo, la asociación a la que se adhirieron y la sub especialización que piensan estudiar.

No sé si lo hacen de manera conciente, pero un diálogo informal se vuelve especializado, y un "no médico" inevitablemente termina sintiéndose como un idiota.

Un día no lo soporté más y me uní a su grosería:

- Muchachos, y ahora que hablan de estas cosas, ¿qué es una epanodiplosis?

El silencio inundó el recinto y las miradas médicas se cruzaron. Empezaron los diagnósticos de afán, como si todos trabajaran en una EPS.

- Debe ser una anomalía del hígado.
- Creo que hace poco oí la palabra en una conferencia.
- No estoy muy seguro, pero llamemos al Dr. Abaunza.

El tema murió y yo celebré mi victoria de manera silenciosa y prematura, a la espera de que alguno no aguantara la curiosidad. Una hora después, uno de los médicos rompió el silencio.

- Juan, ¿qué es una epanodiplosis?

- Es un término literario. ¿Has visto cuando un verso comienza y acaba con una misma palabra? Esa es una epanodiplosis.


Desde ese día hablamos más de música y fútbol.