Tuesday, February 23, 2010

Chiquchiquichiquichiquichí

¿Alguien puede decirme cuáles son los 15 beneficios de las cremas dentales? ¿O al menos 8? La última vez que puse atención eran tres: verde para aliento fresco, rojo para encías sanas y blanco para dientes fuertes. Triple acción y pare de contar.

Ahora en los comerciales de televisión sale un check list larguísimo, con letra menudita, que nunca alcanzo a leer completo. ¡Y lo he intentado! Me he sentado frente al televisor y puesto en práctica el curso de lectura rápida de mi adolescencia, pero cuando apenas estoy comenzando, ¡pum! Sale la concha en vinagre.

Aliento fresco, encías sanas y dientes fuertes. No tengo ni idea qué otros beneficios puedo recibir de una crema dental, pero sigo esperando el producto que me diga “tómese todo el tinto que quiera, fume como chimbilá y haga buches de Coca Cola, si se le da la gana. Le garantizamos aliento fresco, encías sanas y dientes fuertes”. Mejor espero sentado.

Identifico tres y desconozco el resto de los beneficios. Sé que hay un plus de protección hasta por 24 horas pero nunca lo he utilizado, ya que acostumbro lavarme los dientes tres veces al día. ¿No es lo que nos enseñó el Doctor Muelitas? ¿El mismo Doctor Muelitas que ustedes, señores, llevaron hace quince años a mi colegio?

Pero ahora resulta que no. Una sola cepillada me protege hasta por 24 horas, así que al Doctor Muelitas se lo pasaron por la galleta, lo relegaron a un plano irrelevante y le menospreciaron sus conocimientos estomatológicos. Mejor dicho, fue uno de los profesionales de la salud damnificados de la Ley 100.

¡Ni siquiera el agua tiene 15 beneficios!

Pero no se trata solo de las cremas dentales. Los productos de limpieza y del cuidado del hogar tienen cifras exorbitantes que poco o nada nos importan a los compradores.

- ¡Mira, mi amor! Ahora este jabón elimina 99% de las bacterias.
- Impresionante. Y nosotros comprando uno que elimina 98%.
- ¿Te imaginas que algún día eliminen 99,9%?
- Ni que fuera un blanqueador.
- Sería un sueño hecho realidad. Tengo pesadillas con ese 1%.

Creo que nadie sostiene una conversación de ese tipo en el pasillo de “limpieza”.

Algunos ambientadores aseguran durar hasta 200 aplicaciones, y una marca de suavizante promete dejar la ropa oliendo a nuevo hasta por diez días.

¿Alguien ha contado los “toques” de un ambientador? ¿O los días que la ropa dura oliendo a suavizante después de una lavada? ¡Claro que no!, pero creo firmemente que son experimentos que alguien debería adelantar. Sería interesante, y sumamente improductivo, comprar dos camisas negras, guardar una y lavar la otra ochenta veces.

¡Muestre a ver qué tanto protege su producto mis colores!

Friday, February 19, 2010

¡Cállese, que no me deja ver! 

Las salas de cine deberían tener casilleros para dejar los celulares antes de entrar a ver una película, como algunas embajadas y edificio del Gobierno. En los cortos siempre salen recordatorios pidiéndonos que apaguemos el celular, pero siempre hay alguien que desobedece.

¿Es tan difícil hacer caso? Me encantaría que esos rebeldes también ignoraran el aviso Ahora te puedes poner tus gafas de 3D. “Pues no. Yo veré cómo carajos tuerzo los ojos”.

Al que deja el celular prendido lo llaman. Fijo. Pero no lo llaman en los créditos, ni en el paneo de un paisaje, ni en los comerciales, sino en la escena clave, dos segundos antes del beso o en el instante en el que el protagonista le susurra algo a la diva.

Precisamente por eso piden apagar los celulares, porque el sonido ajeno a la película rompe la magia que se busca transmitir. Los asistentes están tan involucrados en la trama que incursionan en ese mundo ficticio y dejan de ser espectadores para convertirse en testigos oculares. Pero cuando están más conectados, "ven y sana mi dolóooooor".

Y la gente contesta. No le importan las advertencias al inicio de la película ni los ssshh (¿chito?¿chchchch?) de los presentes. Los que no contestan se dedican a enviar mensajes de texto (ajá, gracias a Dios la luz brillante es mucho más cómoda que el susurro).

Algunos contestan suavemente y mueven el celular de un lado a otro. Se lo llevan a la boca, frente a la cara, para hablar pasito:

- Ahorita te llamo.

Y luego se lo ponen en la oreja, muy cerquita, como si hablaran con alguien que también está en cine. Al parecer la mecánica no funciona muy bien, porque siempre terminan repitiendo el mensaje, enfatizándolo por fonemas.

- A-ho-ri-ta te lla-mo

Lo más gracioso es que se lo llevan despacito de la oreja a la boca y de la boca a la oreja. Tal vez si lo mueves suficientemente lento nadie notará lo que haces. ¡Tal vez piensen que eres una silla vacía!


Mi favorita es la niña que sí contesta el celular, sin la menor vergüenza, y se inclina hacia adelante como un armadillo, para crear con su cuerpo una cápsula impenetrable que aísla el sonido e impide que llegue a los vecinos. ¡Dios mío! ¿Qué podrá estar haciendo esa esfera gigante?

No dejo de preguntarme qué puede ser tan importante. ¿Cuál es esa noticia que está esperando y le impide poner el celular en silencio?

No vamos a juzgar a nadie. Siempre hay buenas razones para contestar, a cualquier hora y en cualquier momento. Tal vez usted tiene a su padre en el hospital esperando un diagnóstico concluyente o la terminación de un procedimiento quirúrgico.

De acuerdo. En ese caso sí hay que contestar. Pero en ese caso, usted no debería estar en cine.

Thursday, February 11, 2010

Sobreestimación culinaria por verborrea recargada 

Últimamente he notado que las cartas de los restaurantes están llenas de descripciones abstractas e indeterminadas. Antes no era así. Antes una carne venía con papas y ensalada, pero ahora viene con papitas de la casa y ensalada verde con deliciosas especias y un toque de picante.

Supongo que es una forma de mostrar apetitoso un plato cuando la descripción no lleva foto, así que es una estrategia válida.

Igual, no dejan de incomodarme los adjetivos en las descripciones de los platos. No sé qué hace que una salsa de tres quesos sea deliciosa, pero la describen como tal. ¿Y qué tan deliciosa puede ser? ¿Muy deliciosa? ¿Deliciosísima?

¡Gracias por advertirme! No estaba seguro de que este pollo de 45 mil pesos fuera asqueroso.

Otrora las descripciones no venían cargadas de calificativos, pero la cocina colombiana ha evolucionado considerablemente, lo que me lleva a pensar que antes las cosas no eran tan sabrosas como ahora. ¿Entonces por qué ponen el adjetivo “frescos” para referirse a algunos productos naturales? Tal vez antes nos servían champiñones viejos y cauchudos.

Además de los adjetivos, se pusieron de moda los diminutivos. Ya no es lomo, sino lomito. Las ensaladas vienen con trocitos de queso y cebollitas grillé. Pero esto sólo ocurre en los platos light, porque nadie quiere que le sirvan una carnecita (¿carnita?) a la parrilla.

Por supuesto, todo tiene un toque de algo. Una pizca, una chispa, una gota. Medidas insulsas e indeterminadas con las que no se le puede echar la culpa al cocinero.

- ¡Esta vaina está salada, carajo!
- No, señor. Ese plato viene así. Es con un toque de especias.

Esa exclusividad que el comensal demanda se refleja desde la carta, y por eso entre más caro sea el restaurante más bonita será la descripción de los platos.

Al final no se salvan ni los restaurantes típicos, porque hasta los platos más tradicionales son de la casa. Las papas de la casa, la ensalada de la casa y el jugo de la casa, como si tuvieran un cultivo de una fanegada alrededor del establecimiento. Debe ser por eso que nunca encuentro parqueadero.

Monday, February 08, 2010

El protocolo del ignorante 

No hay nada más patético que forzar una conversación para no parecer un tonto desmemoriado. Al final siempre se llega a un callejón sin salida en el que las mujeres saben trepar paredes y los hombres tenemos las manos enjabonadas.

En julio de 2000, cuando recibí por primera vez una invitación para un matrimonio “de corbata negra”, casi salgo corriendo al Arturo Calle más cercano. Le expliqué a mi novia que mis corbatas eran azules, rojas y amarillas, pero no había una sola negra.

- Tienes que alquilar un esmoquin - , me dijo, con una risita que le duró toda la semana.
- ¿Y tú qué tienes que alquilar? ¿Un vestido negro?
- Un traje de noche. Tengo un par de trajes de coctel, pero no aplican. Sobre todo por la hora.
- Ah, los vestidos de coctel -, dije, como si un hermoso recuerdo viniera a mi memoria. En realidad no tenía idea de lo que hablaba.
- ¿Te acuerdas? Uno fue el que usé en el matrimonio de Natalia, y el otro en la fiesta de Tatis.

Mi novia podría pensar que yo era tan imbécil como en realidad lo era, pero corrí el riesgo de seguir hablando. Comencé con la retahíla de preguntas neutras que mantienen la conversación en un tono moderado y evidencian interés.

- ¿De Natalia o de Juliana? -, pregunté, acordándome de un nombre cualquiera.
- De Natalia. Al de Juliana no fuimos porque estabas de viaje.
- ¿Cuál viaje? -, dije, pensando que estaba preguntando más de la cuenta.
- No me acuerdo. ¿No fue por eso? ¿Entonces por qué no fuimos al matrimonio de Juliana?

Las preguntas neutras no me salvarían, así que opté por la desmemoria direccionada. Es decir, mostrar que no me acuerdo, pero que sí me importa.

- Ni idea. Igual, me hubiera encantado ir. Ella siempre se ha portado muy bien con nosotros -, dije, inventando una frase que parecía infalible.
- ¡Será contigo! Porque después del desplante que tuvo conmigo en Halloween-, me contestó.

Las cosas se estaban saliendo de control y yo me perdía en imágenes mentales. ¿Qué habrá pasado en Halloween? ¿Cuál será la diferencia entre un traje de coctel y uno de noche? Porque muchos cocteles son de noche. ¿Quién carajos será Juliana? Estaba ensimismado en mis pensamientos y no me di cuenta de que ella seguía con la conversación:

- No sé porqué te pidieron una prenda de fiesta y no de ceremonia. Me imagino que iremos a la iglesia.

¿Qué dijo? ¿Algo de la iglesia? ¡Dios mío! Si se enteraba que no le ponía cuidado me mataba. ¿Qué le decía? ¿Qué le preguntaba? Por fortuna tocó un tema que retumba en la cabeza de los hombres y capta nuestra atención de manera instantánea.

- Si algún día nos toca repartir invitaciones ponemos traje de calle.

Eso sí lo entendí clarísimo.

- ¿Si algún día nos toca qué?
- Nada. Olvídalo.