Wednesday, April 28, 2010

Teoría del contrato imperecedero

Ayer cancelé (de una vez por todas) un seguro de accidentes que me descontaban mensualmente en la cuenta de mi tarjeta de crédito.

¿Alguna vez han tratado de cancelar un seguro, abandonar un operador celular o cambiar de proveedor de televisión por cable? ¡Es casi imposible! Por lo menos lo es para mí, porque me dejo convencer fácilmente. “Piense en su familia”. “Este no es un gasto, sino una inversión”. “Si se arrepiente, no podrá acceder después a todos los beneficios que hoy le ofrecemos”. Termino por creer que la cancelación de ese servicio es el peor error que podría cometer. Y por eso no lo cometo.

Por ejemplo, la siguiente conversación la sostuve con una ejecutiva de “fidelización”, de cuya empresa no me quiero acordar:

- Quisiera cancelar el servicio de telefonía fija e Internet.
- Con gusto. ¿Puede decirme el motivo?
- Me voy de viaje.
- Pero esa no es razón para suspender el servicio. Permítame contarle de nuestros nuevos planes…

Después de quince minutos de argumentos y rifirrafes la conversación terminó más o menos así:

- Entonces, señor Gómez, tiene tres meses gratis de Internet con la máxima velocidad de navegación disponible y dos líneas de teléfono. ¿Ya conoce nuestra revista mensual?
- No, un momento, yo no quiero todas esas cosas, y no me gusta su revista (quiero colgar, quiero colgar. Llévese todo mi sueldo pero déjeme colgar).
- Le invito a que la conozca a fondo. Le llegarán gratis las próximas tres ediciones. Recuerde que habló con Pepita Pérez.
- No se preocupe. Nunca la olvidaré.

El caso de mi cuenta de celular fue igualmente triste. ¿Han sentido alguna vez que todo el mundo tiene un mejor plan de telefonía que ustedes? Todos tienen más minutos, más elegidos y más mensajes de texto, pero uno es el que paga la cuenta más cara. Después de varios cambios de plan y reposiciones decidí llamar por última vez:

- Quiero pasar mi línea de postpago a prepago
- Con gusto. ¿Puede decirme el motivo?
- Me voy de viaje.
- Pero esa no es razón para cambiar de plan. Permítame contarle…

¡Dios mío! ¿Todos tienen el mismo libreto?

- ¿Señor Gómez? ¿Señor Gómez?
- Ajá
- Le contaba que si hace ese cambio pierde la antigüedad que tiene con nosotros.
- ¿Y para qué me sirve la antigüedad?
- Para hacer reposiciones y obtener beneficios
- ¡Pero me voy de viaje!
- En ese caso, ¿hay alguien a quien pueda cederle el contrato?
- No.
- ¿Hay algo que pueda hacer la empresa para hacerlo cambiar de opinión?
- No se me ocurre nada legal.
- En ese caso tiene que traer una carta…

Porque eso sí, todos los contratos los “firmamos” por teléfono, pero los cancelamos llevando una carta y fotocopia de la cédula.

¿Qué fue lo que me ayudó a cancelar el seguro de accidentes de la tarjeta de crédito? El argumento del vendedor.

- Por ejemplo, señor Gómez, supongamos que usted va a Sudáfrica a ver el mundial de fútbol.
- Ajá.
- Supongamos que se matricula en un safari.
- Ajá.
- Supongamos que lo muerde un león.
- ¿Perdón?

Casi me muero de la risa. Dos horas después estaba mandando la carta por fax.

Friday, April 23, 2010

Triptongo, el talabartero


Hace un par de semanas culminó el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, un evento espectacular. Las obras, la participación de profesionales de todo el mundo, el público, los niños… Cada año es igual: Por semanas toda la ciudad está cargada de una energía culta. Hasta los saltimbanquis de los semáforos se ven más profesionales y los cuenteros de Lourdes tienen un tufo a erudición que supera al de Moscatel.

El balance general siempre es positivo y la organización siempre sale airosa en sus esfuerzos por traernos a los bogotanos un poco de la cultura que tanto precisamos. Mucho por rescatar, pero yo destacaría dos ámbitos (totalmente superficiales e intrascendentes) que identifiqué con claridad, después de haber asistido a unas cuantas versiones del Festival.

El primero es que la gente culta es fea. Perdón si algún culto se siente ofendido (y de nada, si algún feo se siente educado), pero haciendo una fila, a la entrada de una obra, pude analizar con detenimiento el común de los asistentes. El balance general es más bien triste. Preocúpese cuando un amigo le diga: “Conocí a la mujer de mi vida en la versión ucraniana de Salambó, de Flaubert”. Lo más probable es que sea fea y cultísima.

¿Estaré siendo muy injusto? ¿Será que los cultos no son feos? Tal vez, simplemente, no les interesa verse bonitos. A la gente culta le resbala todo, menos la mochila.

En estos escenarios los hombres pueden lucir una barba descuidada y algún tipo de sombrero (boina, bonete, gorra o gorrete) sin parecer mamertos. Se envuelven en capas de bufanda, un saco de cuadros o un chaleco de rombos. Pueden morirse del calor, pero la vestimenta hace parte de su cultura informal, y por eso no se quitan nada. Por mí está bien, pero me encantaría que hicieran un Festival en La Dorada, Caldas, para verlos cocinarse en su jugo.

Las mujeres, por su parte, hacen del desgreñe un estilo de vida. Son los últimos bastiones del look 'sesentero', lucen faldas coloridas y caras lavadas. ¡Me encantan esas mujeres! Todos los hombres alguna vez hemos querido salir con alguna (no les cuenten a sus mamás), para sostener una conversación inteligente, tomar vino con canela, y conocer parajes recónditos de La Candelaria y La Macarena.

El otro aspecto que identifiqué es que no soporto las obras conceptuales. Esas en las que la trama gira alrededor de un supuesto, parece que no siguieran un hilo conductor y bien podrían acabarse a los diez minutos o a las dos horas. Esas obras en las que al final la gente aplaude sin entender, para salir a los corredores a vomitar afirmaciones neutras, como “mucho mejor de lo que esperaba”, “se te cala en el inconsciente”, “me llegó mucho lo que buscaban transmitirnos” o “te deja una lección de vida”.

¿En serio? ¿Soy tan cerrado? ¿El único que no entendió un carajo?

No sé en qué piensa o qué fuma un autor al momento de escribir una obra conceptual. Ni siquiera creo que se necesite mucho talento. ¡Yo podría hacerlo! Por ejemplo, esta sería mi obra conceptual perfecta. Se titularía "Triptongo, el talabartero".

Un hombre obeso camina 25 minutos por las tablas, despojándose de sus vestiduras.

Se detiene en el centro del escenario, luciendo medias veladas, zapatos de payaso y una margarita pegada con cinta a una de sus tetillas.
Lo baña una luz rosada cenital.
Toma aire, llora y grita al público:
“Soy el viento que sueña que me perdones, para corretear tu memoria en mis estatuas”.
El hombre se arrodilla de espaldas al público

Introduce la flor en su oreja izquierda.
La luz se apaga.
Fin.

Friday, April 16, 2010

Páseme un whiskey y una bala de oxígeno

Bogotá está 2.600 metros más cerca de las estrellas, pero cuando muchas “estrellas” llegan a Bogotá sufren molestias físicas.

En los torneos internacionales de fútbol Bolivia saca provecho de una de sus mayores armas: la altura de La Paz, su capital. La ciudad se encuentra a 3650 metros sobre el nivel del mar y es la quinta más alta del mundo. Por eso, para los futbolistas bolivianos es un placer ver cómo sus contendientes brasileños, argentinos y chilenos, entre muchos otros, sufren mareos en el campo de juego.

En Colombia podríamos también aprovechar la altura de Bogotá, pero simplemente no nos alcanza para ganar, porque tenemos un equipo malísimo. No podemos ni con copialina topográfica. ¡Qué tristeza!

En fin. Los futbolistas son profesionales preparados. Su trabajo es exigirse a sí mismos, su vida profesional es corta (muchos no llegan a los 40 siendo titulares) y su físico es envidiable ¿Han visto cuando alguno se quita la camiseta para celebrar un gol? Cada vez que veo eso me doy cuenta de que tengo que dejar de comer dulces y comenzar a correr por las mañanas.

Pero por más que me esfuerce nunca lograré llegar a ese nivel, porque los futbolistas hacen ejercicio desde que se despiertan hasta que se acuestan y siguen rigurosas dietas para lograr un punto físico ideal que les permita soportar 90 minutos de actividad intensa. Además, una agenda rigurosa los restringe de todo lo bueno en la víspera de un encuentro. Antes de un partido no beben, no fuman y no tienen relaciones sexuales.

Es una vida muy dura, y muchas veces esos esfuerzos se ven opacados, cuando les toca jugar en Bolivia. Debe ser decepcionante trabajar por semanas, meses o años, para terminar con mareo a la mitad del primer tiempo. Siempre pensé que esa situación era triste, hasta que fui al concierto de la banda de rock KISS, que tuvo lugar en Bogotá, el 11 de abril de 2009.

Genne Simmons y Paul Stanley, fundadores de la agrupación, nacieron en 1949 y 1952, respectivamente, mucho antes que la mayoría de los padres de los futbolistas de hoy en día. Simmons cumplió 60 años pocos días después del concierto en Bogotá.

Verlos en tarima fue un placer, un privilegio total. El único bemol fue la cara de enfermos que en varias ocasiones hicieron los integrantes. Parecía como si estuvieran corriendo un maratón. En el coro de Rock n Roll All Night hubo un instante en el que juré que Simmons se había infartado.

Por supuesto, su estilo de vida dista mucho de la disciplina de los futbolistas. Tienen sexo antes (no sé si durante) y después de un concierto, beben como si el trago escaseara e incluso fuman en algún solo de guitarra. Pero no podemos reprocharles su modus vivendi. Es los que los ha llevado a la cima. Y seguramente la cima está 2.600 metros más cerca de las estrellas.

Algo similar sufrió Axl Rose en su segundo concierto en Colombia, cuando entre canciones tuvo que recurrir a una bala de oxígeno.

Si alguien pensó alguna vez que jugar fútbol 90 minutos en Bogotá era complicadísimo, que ese alguien les pregunte a Axl y a Simmons qué tan difícil es cantar tres horas en una tarima, con luces, agua, maquillaje, sudor y cualquier cantidad de sustancias corriendo por fuera y por dentro del cuerpo.

Axl tuvo apunamiento y a Simmons le dio soroche.