Thursday, May 20, 2010

El señor del portátil

La siguiente historia está basada en hechos reales, así no me lo crean.

Me cuentan mis amigos médicos que recientemente entró un paciente a la sala de urgencias de un hospital, con una dolencia sin importancia. Lo realmente llamativo fue su grosería, elevado tono de voz y mal trato hacia el personal del hospital.

- ¡Donde carajos está mi portátil! Yo necesito mi portátil. Me puedo estar muriendo en este hospital, pero necesito el hijuemadre portátil.

Ya es suficiente para los trabajadores de un hospital tener que soportar el estrés de una sala de urgencias, como para que un señor con ínfulas de 'importante' venga a trapear a todo el mundo, a punta de gritos.

El señor pasó al Triage, o valoración, manoteándole a la enfermera en la cara (Dios bendiga a las enfermeras. Se merecen el cielo por su paciencia).

- ¡Yo necesito mi portátil! Perfectamente podría trabajar en la sala de espera.

Luego pasó a la sala de espera.

- ¡Ustedes no saben cuánto vale una hora de mi trabajo! Necesito mi portátil.

Al final le dieron su dichoso portátil, y después de varios minutos de glorioso silencio pasó al consultorio donde un médico lo atendió.

- Por favor quítese la ropa. Le voy a realizar un examen físico.

Luego le indicó que se quitara los calzoncillos, se subiera a la camilla y apoyara las rodillas sobre la lona. Un caso como el suyo requería una medición de temperatura por vía rectal.

El paciente se asombró del procedimiento pero obedeció. Después de un par de muecas el termómetro rectal estaba en posición. El señor del portátil permanecía impávido, con los
(tres) ojos bien abiertos. Quince minutos después hizo aparición una enfermera.

- Señor, usted qué está haciendo.
- El doctor me está midiendo la temperatura por el recto.
- Pero acá no hacemos eso. Permítame.

La enfermera, con suavidad de madre y precisión quirúrgica, extrajo del recto del paciente un esfero BIC. Un ladrón había oído los gritos minutos antes, aprovechó la oportunidad, desarmó al paciente y le hurtó su amado portátil.

Nadie se alegró de su infortunio, pero todos sonrieron mentalmente.

Thursday, May 06, 2010

Intercambio de bustos

En pocas semanas comenzará el mundial de fútbol Sudáfrica 2010, el único torneo deportivo eliminatorio que veo completo.

Por esta época todo el mundo tiene que ver con fútbol. En las empresas se hacen apuestas y pollas mundialistas, cada quién tiene un país favorito, los hombres quieren que gane un equipo que nunca lo haya hecho antes (como Holanda o Portugal) y las mujeres quieren que salgan victoriosos los equipos “débiles”. ¡Qué ternura! Sueñan con una final Camerún Vs. Nigeria.

Todos también quieren llenar el álbum. En cualquier reunión familiar sacan las láminas repetidas y una lista tachoneada. Algunos centros capitalinos se transforman en auténticos mercados de intercambio de personas. ¿Han tratado de pasar por la plaza de Lourdes, el Parque de los Periodistas o la primera etapa de Pablo VI? ¡Casi no se puede caminar!

“Le cambio a Buffon por Xavi Hernández”. “Necesito al arquero de Australia”. “Me faltan dos y salgo de Ghana”. Es como una gran temporada de regreso a la esclavitud imaginaria.

Aunque el fútbol es un deporte que mayoritariamente siguen los hombres, algunas féminas se dan a la tarea de llenar el álbum y salen victoriosas en su cruzada. La mayoría no ve los partidos con la emoción e irascibilidad propia de los varones, pero se deleita escogiendo los más “churros” de cada equipo.

Los hombres soñamos con ver a Messi metiendo goles. Las mujeres sueñan con ver a Gerard Piqué metiendo… mmm... ¡goles!, me imagino.

En versiones anteriores de mundiales de fútbol he tratado infructuosamente de llenar el dichoso álbum de láminas autoadhesivas. Nunca me han faltado menos de cien “monas”. Al final quedo con dos vacíos, uno en el corazón y otro en el bolsillo, y me pregunto si alguno se aminoraría si cumplo la meta.

Este año no será así. Este año todo será diferente. No me voy a dejar ganar. ¿Voy a llenar el álbum del mundial? ¡Claro que no! Ni siquiera voy a intentarlo.

Este año, en cambio, voy a llenar el álbum de Chocolatinas Jet, porque es trascendente, imperecedero, eterno.

Como dijo un sabio familiar hace unas semanas: “¿Para qué llenar el álbum del mundial? Hace 50 años nadie sabía de Lionel Messi. En 50 años muchos olvidarán quién es Lionel Messi. Pero el patito y la chinchilla del álbum de Jet son los mismos de toda la vida”.

Tuesday, May 04, 2010

Oda al atiborramiento culinario

A la loca psicópata

A alguien se le ocurrió que rellenar un alimento con otro era una buena idea. En algún punto de la historia la mezcla de sabores no fue suficiente y se optó por diseccionar un ingrediente para empotrar otro en sus entresijos.

¿Por qué comer tomate con atún cuando podemos comer tomates rellenos de atún?

Siempre pensé que esta iniciativa obedecía a fines puramente estéticos, porque la mezcla de algunos ingredientes da como resultado una papilla deliciosa al paladar y asquerosa a los ojos. “Esa rica masa de atún, arvejas y mayonesa se ve asquerosa. Mejor le ponemos un tomate a manera de capuchón distractor”.

¡En fin! No sabremos a quién se le ocurrió rellenarnos con comida rellena, pero agradecemos en silencio que la idea evolucionara hasta ámbitos tan cotidianos como la papa y la arepa. Amo las arepas rellenas. A las afueras de algunas estaciones de Transmilenio las venden con mantequilla, queso, pollo y salmonela.

Ese movimiento culinario de abarrotamiento de ingredientes nos llevó a la máxima expresión de la comida de momentito: las empanadas, “bocadillos” rellenos que no necesitan aclaración de contenido, porque, precisamente, siempre tienen relleno.

- Una empanada, por favor.
- ¿La quiere rellena?
- No, sólo la cáscara. Gracias.

Y llegamos a la madre de las rellenas. Rellena por antonomasia, a secas, sin apellido. Embutido de sangre de cerdo, arroz y arvejas, con una película exterior de intestino porcino. De sabor delicioso y preparación traumática. Si quieren que alguien deje de comer y tenga pesadillas por varios días, invítenlo a una sesión de preparación de morcilla.

Pero este homenaje a la comida rellena no podría estar completo sin la oveja negra en un amplio rebaño de placeres engordadores. Saliendo del horno, calientita, exudando aceite por uno de sus costados, impregnando la panadería con una pestilencia a porqueriza y con una que otra pelusa de cerdo escondida en sus entrañas, viene la mogolla chicharrona.

Loco. Loco psicópata el panadero que abrió una mogolla y la rellenó con trocitos de chicharrón.