Friday, June 25, 2010

Pequeñuelo en el interior

A Rosario… G.O.

Todas las acciones y costumbres que se describen a continuación son producto de la observación. Si usted se siente identificado, ofendido o ultrajado es porque, palabras más palabras menos, es una gala. En dado caso, su personalidad debería ser lo suficientemente sólida como para no dejarse amedrentar por MRpuP.

Conducir un automóvil saca lo peor de las personas. Nos volvemos violentos, impacientes, groseros. El más caballeroso le grita al señor del bus, y la señorita más culta le echa la madre al taxista. Por eso, a algún padre se le ocurrió poner una señal de advertencia que indica que en su vehículo viaja un infante, para que los demás conductores sean condescendientes con su transitar.

Bebé a bordo. Emula una señal de tránsito con letras negras sobre fondo amarillo, es decir una señal preventiva… Aunque, pensándolo bien, debería ser sobre fondo azul, porque es informativa. ¡En fin!

Todos hemos visto las señales. Algunos las hemos usado. Incluso Homero Simpson les compuso una canción.

Algunos padres van más allá de la simple indicación de la existencia de un niño en sus primeros años, e informan a la comunidad el nombre designado a su retoño: Esteban a bordo, Sofía a bordo, Juliana a bordo.

¡Muchas gracias, señora! La simple señal de "bebé a bordo" era insuficiente. Ahora que sé cómo se llama su hijo podré dormir tranquilo y no me asaltará la duda.

Las señales se volvieron parte del paisaje de las carreteras del mundo y se bifurcaron en una línea de producto para las señoras en etapa de gestación: Mamá a bordo, con el símbolo de una mujer embarazada.

¿Y los solteros? ¿Y los que no han tenido el privilegio de ser papás? ¿Y los que llenan el carro de pendejadas sin motivo aparente?

¡Para ellos también hay! El colombiano vio en las señales que se pegan en el vidrio trasero y/o lateral del carro una oportunidad de negocio, que materializó con una serie de indicaciones que, a la hora de la verdad, lo único que indican es la clase de persona que puede ir conduciendo ese automóvil:

Papito a bordo.
Rumbero a bordo.
Delicia a bordo.
Princesa a bordo.

Esas señales deberían ser sobre fondo rojo, es decir reglamentarias. Así, en caso de que se nos suba la gasolina a la cabeza y nos saquen de casillas, podríamos saber si es prudente echarle la madre al vecino.

- ¡Qué tal este desgraciado! ¿Viste como me cerró?
- Yo sé, pero no le digas nada. Tiene una señal de "Papito a bordo".

Friday, June 18, 2010

Papi, papi, papi, papi, papi, papi… ¿me compras eso?

Samuel, mi hijo de cinco años, me pide que le compre todos los juguetes que ve en los comerciales de televisión. Al parecer él tiene claro lo que quiere: Lo quiere todo. Pero, por supuesto, no se le puede dar todo.

En época de regalos (navidad, cumpleaños) el asunto se vuelve incisivo.

- Papi, ¿me compras eso de cumpleaños?
- Tenemos que mirar.
- Papi, ¿me compras eso de cumpleaños?
- Si te portas bien.
- Papi, ¿me compras eso de cumpleaños?
- Si te va bien en el colegio.

Normalmente lo empujo a la toma de decisiones.

- ¿Al fin qué? ¿No querías de cumpleaños el muñeco de El Hombre Araña? -. Esos cuestionamientos lo invitan a la reflexión y le dan un par de segundos para identificar sus prioridades.
- Mejor el muñeco de El Hombre Araña, y me compras la máscara de Iron Man cuando cumpla ocho.

O nueve, o seis, o lo que sea. Dice números al azar, matriculando sus deseos en el listado de opciones onomásticas. A veces, cuando caminamos por los centros comerciales me sale con cosas como “¿me compras esos Transformers… cuando cumpla 37?”.

Su mejor apunte en este sentido lo hizo hace más o menos un año. Estábamos acostados, viendo televisión. Él estaba inmerso en su rutina (¿Papi me compras esto?) cuando salió el comercial de un producto de limpieza en el que un superhéroe animado le ayudaba a una señora a trapear la cocina, lavar los baños o a quitar la mugre de una ventana.

- ¿Papi, me compras Míster Músculo?
- ¿Qué? ¿Míster Músculo? ¿Sabes qué es eso?-, le pregunté, tratando de no reírme.
- Es algo para limpiar-, contestó sonriendo.
- Tú me pides cosas por pedirlas. ¡A veces ni siquiera te das cuenta de lo que me pides! ¿Tú para qué quieres Míster Músculo?
- Pues - contestó con la seguridad de quien sabe lo que quiere -, para quitar las manchas difíciles.

Casi me muero de la risa. Por supuesto, cuando fuimos a hacer mercado, compramos Míster Músculo.

Wednesday, June 16, 2010

Daniel tenía ganas de hacer popó en la casa de su novia

Eso es todo por hoy. Muchas gracias.

¡Qué tal el título! Podría terminar esta entrada acá. No contar nada más. Con solo esa frase (Daniel tenía ganas de hacer popó en la casa de su novia) se puede resumir el peor día de la vida de una persona y el mayor miedo de los hombres en los primeros meses de una relación promisoria.

Las mujeres llevan siglos haciéndonos creer que no hacen popó y que las ventosidades intestinales están asociadas al cromosoma ‘Y’. Ellas no sufren nuestros miedos porque entienden y conocen su organismo, se comunican con él eficientemente, funcionan como relojes y casi nunca tienen que recurrir a baños públicos. ¡Es más, el proceso les cuesta! Siempre son ellas las que se comen la cucharada de laxante en los comerciales.

Nosotros funcionamos de otra forma. No tenemos horario. El enemigo nos toma desprevenidos, con los calzones arriba, y por eso no nos gustan las visitas largas.

Ojo, lectores. La siguiente historia sí pasó. Esto no me lo inventé. Llegó a mis oídos por un amigo del doliente.

Daniel tenía ganas de hacer popó en la casa de su novia y, ante la imposibilidad de escabullirse a hurtadillas, decidió responder al llamado de la naturaleza.

- Amor, te robo el baño.
- Fresco, dale.

Bajó al primer piso y, presuroso, se ubicó en la más tradicional de las posiciones. Una vez cometido el pecado se dispuso a bajar el agua, pero sus ojos fueron testigos del que Jerry Seinfeld describió como “el momento más aterrador en la vida de cualquier ser humano”.

El agua no bajaba. El agua subía. Y subía más allá del amague. ¡Se desbordaba!

Daniel, valientemente, se armó de dos rollos de papel higiénico y una toalla de manos y batalló con ferocidad su infortunio, pero los sólidos requerían medidas extremas. En un ataque de creatividad, Daniel envolvió sus manos en papel, tomó sus restos cuidadosamente y los depositó en el lavamanos.

- Daniel, ¿qué estás haciendo? Ese baño está dañado, ve al de arriba.

¡No! Alguien golpeaba a la puerta. La presencia de la suegra era más inoportuna que nunca. Era preferible que lo hubiera descubierto en un acto sexual violento con su hija.

- Raquel, dame dos segundos-, contestó con la voz quebrada.
- Daniel, qué suena. Por favor abre la puerta.

La chapa, con el seguro dañado, se movió.

- No, espera, ya salgo.
- Daniel, abre la puerta.

La puerta se entreabrió.

- No, espera, por favor-, gritaba Daniel con las manos envueltas en papel, tratando de sostener la puerta con un pie.

Pero, como era de esperarse, la puerta se abrió de par en par.

- Daniel, por Dios santísimo, qué significa esto -. La suegra lo había encontrado con las manos empapeladas, el baño empantanado y la toalla de manos en el piso. El lavamanos era indescriptible. Daniel se incorporó y dijo lo primero que se le vino a la cabeza.
- Raquel, qué cosa más rara. Yo bajé el agua y comenzó a salir popó del lavamanos.

Después de un breve silencio la sentencia era obvia.

- Daniel, por favor vete de mi casa.

Tuesday, June 15, 2010

Teoría de aprovechamiento global del turista con inflamación testicular

Esto le pasó a un primo mío que no conoce Colombia. Digamos que se llama Alejandro.

En alguna oportunidad le conté a mi primo sobre la viveza de los taxistas que habitan la hermosa costa atlántica colombiana, y la forma en que se aprovechan de los bogotanos inocentes (un tema que escribí en una entrada titulada Al pan, pan y al peso, peso).

Recordábamos con Alejandro al comediante Andrés López y una presentación en la que hablaba de cómo los costeños les embutían a los bogotanos un balde de ostras con el pretexto de que eran muestras gratis, para al final cobrarles sumas ridículas. Le expliqué que situaciones como esa le podían pasar a cualquier bogotano común.

- Pero yo sí recibí un servicio gratuito como turista, en un viaje a Egipto-, me dijo con total seriedad.

Yo lo miré incrédulo. No, pues tan vivo. Él sí pudo en Egipto y yo no pude en Cartagena. ¿Será que los bogotanos somos lentos frente al turista promedio? ¿Nos robarán más que a los europeos en Mompox?

- Estaba en las pirámides y un nativo me ofreció un paseo en camello. Un paseo gratis, en un camello espectacular, grandísimo, imponente -, me comenzó a contar.

¡Por Dios! No era un servicio cualquiera. Seguramente un paseo en camello en las pirámides de Egipto es equivalente a una vuelta en cualquier atracción, en el mejor parque de diversiones del mundo.

- Y yo le pregunté “¿seguro que es gratis?” y me contestó que sí. Y le volví a preguntar “¿no me vas a cobrar nada?” y me dijo que no. Y le dije “yo no tengo plata” y me dijo que no importaba.

¡Qué maestro! Alejandro se curó en salud por todos los frentes. No había forma de que le cobraran por el paseo. Efectivamente, se montó al camello y dio una vuelta de veinte minutos, totalmente gratis.

- ¿Sí le gustó el paseo?-, le dijo el nativo una vez terminada la vuelta.
- Claro. Y lo mejor es que fue gratis-, contestó Alejandro, verificando el cumplimiento de la promesa inicial.
- Totalmente. La vuelta es gratis.
- Pues, muchas gracias-, dijo, tratando de bajarse del camello espectacular, altísimo, imponente.

Al parecer, el camello era más alto de lo que Alejandro se imaginaba, y resultaba imposible bajarse sin colaboración egipcia.

- Señor, ¿me ayuda?
- Con gusto. El paseo es gratis, pero la bajada te vale 25 dólares.

Monday, June 14, 2010

MRpuP: Recargado

Ha comenzado una nueva etapa en la vida del equipo creativo de ¿Me Regala para un Pan?

El diagramador, el grupo de investigación, el editor y el corrector de estilo se mudaron a latitudes foráneas.

Un cambio en la vida de este equipo idóneo requiere también un cambio en el blog. Podríamos decir que, a partir de hoy, comienza una “nueva temporada” de ¿Me Regala para un Pan?


Después de dos sesiones de brainstorming, un retiro en Barú y un comité editorial en Paipa, decidimos arrancar en donde nos quedamos: historias reales. La experiencia de mis amigos médicos, titulada en este blog como El señor del portátil, recibió todo tipo de comentarios vía correo electrónico, twitter, facebook o en el mismo blog.

Por eso, dando inicio a nuestra segunda temporada, publicaremos tres entradas (una cada día, por tres días consecutivos) con experiencias reales.

Advertencia: trataremos de ser discretos, respetuosos y mesurados. 


Dije claramente “trataremos”. Eso no significa que lo logremos. Procuren no sentirse ofendidos por bobadas,

Nos vemos mañana.

El editor.