Thursday, July 29, 2010

Mi mamá disfrazó a mi hermana de pato

Envidio a los niños de hoy. ¿Han visto los comerciales de juguetes que salen en televisión? Los carros de control remoto van a 40 km/h, los juegos de video son espectaculares y las pistas de carreras tienen arañas y dinosaurios asesinos.

Hace 20 años una pistola de agua era un pedazo de plástico verde o naranja que expulsaba tímidos chorritos a unos 30 centímetros. Era una vergüenza. Hoy en día, una pistola de agua es un dispositivo bélico de alta presión y precisión, que puede dejar inválido a un gato adulto si se le dispara a menos de un metro. ¡Eso sí es un juguete, carajo!

Para nadie es un secreto que esta es la mejor época para ser niño. Los juguetes son geniales, pero en mi opinión la mayor ventaja radica en los disfraces.

La mayoría de los disfraces de mi tiempo eran fabricados por nuestras mamás. Si no me creen revisen el álbum familiar. En las páginas del mío aparece mi hermana menor, embutida entre una tela amarilla, con una máscara que parece más de psicópata que de ovíparo. Sí señores, mi mamá disfrazó a mi hermana de pato.

El mercado tenía una oferta más bien limitada: Todos alguna vez fuimos Supermán o Batman, pero no lucimos trajes de calidad, sino pijamas abombadas y escotadas con escudos mareados y desteñidos.

Los niños de ahora tienen un ajuar de disfraces con los músculos marcados, antifaces que no se desbaratan y botas de mentiras para cubrir los zapatos. Nosotros nos veíamos ridículos con el disfraz de Batman y los mocasines del colegio.

Pero, independientemente de la época, el problema de los niños radica en que hablan un idioma diferente al de sus padres. Si un niño pide un disfraz de soldado, ¡tenga! Le dan un trajecito de “El soldadito de plomo”, y no de Call of Duty. ¿La niña pidió un disfraz de princesa? ¡Tenga! La mamá llega a la casa con un sastre igualito al de la infanta Cristina, y no con el vestido de la Barbie Mariposa.

- ¡Mi hijo me pidió para el día de las brujas un disfraz complicadísimo!-, me comentó Ester, una señora de unos cuarenta años, mientras sacaba un café de la máquina. Eran las nueve de la mañana y media nómina se reunía a tomar café. - Quiere disfrazarse de Guepardo.
- Pues buena suerte encontrándolo -, le contesté. - Muchos amigos míos han buscado ese disfraz por años y al final siempre terminan haciéndolo ellos mismos.
- ¡Es que no se consigue! Yo lo busqué como en cinco almacenes y ya me cansé. Ayer se lo mandé hacer a una señora del barrio.

¡Qué lujo! Un disfraz de ese calibre debe dejar boquiabiertos a los otros niños del colegio, que fijo llegarán con las mismas opciones trilladas: Jack Sparrow, el Power Ranger rojo y Mr. Increíble.

- Eso sí, me aseguré de que los materiales fueran buenos, para que mi muchacho quede bien bonito con su disfraz -, agregó mi compañera de oficina, codeando a la señora de tesorería.
- ¡Claro! Además, no es cualquier disfraz. Me imagino que las garras son todo un reto -, dije.
- Las garras no son tan graves -, agregó. - Lo realmente complicado es la cola.

¿Qué? ¿La cola? Rápidamente hice un barrido de mis imágenes mentales de los X-Men.

- Ester, guepardo no tiene cola.
- ¿Cómo que no? ¡Claro que tiene cola!

Otros amigos de la oficina me miraron de reojo. Uno tuvo que abandonar la escena para no romperse de la risa. Pensé en retirarme en silencio, pero por la imagen de ese niño ante sus compañeros decidí quedarme. Además, la explicación que se venía nos arreglaría el día a todos.

- Ester. ¿Cómo es el disfraz de guepardo?
- ¡Pues cómo va a ser, pendejo! Una trusa con orejas y cola, y todo lleno de manchas.
- ¿Como un gatico?
- ¡Eso! Como un gatico.

Casi nos morimos de la risa. Al practicante de sistemas se le salió el café por la nariz.

Friday, July 23, 2010

Gustavo se seca los testículos en público

Procuro ser pudoroso. Expliqué en una entrada previa, titulada Teoría de la transformación física por flucutaciones ambientales, que soy inmaculadamente blanco y que mi condición dérmica ralla en el complejo. No estoy orgulloso de mi físico, pero tampoco me trasnocha el tema.

Eso sí, al momento de ir a tierra caliente o relacionarme con mis pares intento cubrir mis vergüenzas lo mejor posible. A menos de que se trate de una playa nudista o de una sesión de viringuismo programada, mi fisionomía trajina más bien acobijada.

No todos somos así. Algunos tienen una relación más abierta con su cuerpo y gozan con el exhibicionismo. Es más, para ellos el cuerpo es algo natural. Tan natural como andar empelota.

El personaje de esta historia es real. Pongámosle Gustavo, para proteger su misteriosa y desequilibrada identidad.

Hace unos años, durante un viaje en el que fuimos compañeros de cuarto, Gustavo se despertó, se bañó y se vistió. Pero no se puso los calzoncillos en la intimidad y tranquilidad de espíritu que sólo el baño otorga. No señor. Salió en toalla, alistó la ropa sobre la cama y tiró su manto blanco al suelo, exponiendo su fisionomía desde el pelo hasta las uñas de los pies.

- Chino, ¿me hace un favor? -, me dijo viringo, mientras les daba vueltas a las medias, buscándoles el derecho.

¡Maldita sea! Yo me remití a desviar la mirada y la mente de la escena. ¿Por qué no se pondrá primero los calzoncillos?

- ¿Qué quiere? -, respondí, buscando refugio en las cobijas.
- ¿Por favor llama al pelado nuevo para que vaya alistando todo antes de salir? ¿Cómo es que se llama?
- Julio.
- ¡Eso! Julio. ¿Me hace el favor de llamarlo?

Era un favor imposible de hacer. Si atravesaba la habitación era probable que mi humanidad empiyamada rozara su desnudez. ¡Impensable!

- Llámelo usted. No me joda -, di la espalda, me enrosqué en las cobijas y recé a Elmoda, dios de las medidas y de la ropa.

Gustavo llamó con un grito al muchacho, que se hospedaba en la habitación contigua. El mozalbete llegó en un segundo y se encontró frente a frente con un personaje desprovisto de vestiduras. O mejor, en medias.

- Mijo, hágame un favor.

Como si se tratara de cualquier acción sin importancia, Gustavo recogió la toalla del suelo y empezó a frotarse la entrepierna, a escasos centímetros del jovenzuelo.

- Vaya alistando todo. Por ahí en media hora nos vamos.
- Sí, señor -, contestó el otro, haciendo un esfuerzo sobrehumano por sostener la mirada y no sucumbir ante el movimiento de péndulo que adelantaba Gustavo en sus testículos.

Pasaron dos minutos y la situación no cambió: Gustavo daba una serie de instrucciones acompañadas de movimientos pélvicos, y Julio demostraba tener una fuerza de espíritu ejemplar.

La desagradable escena reventó mi paciencia y tuve que salir de mi refugio para sentar un precedente.

- ¡Por Dios! ¡Deje de hablarle como si tuviera ropa puesta!

Julio dio media vuelta y se retiró a su cuarto. Estoy casi seguro de que llegó a llorar bajo la ducha, sentado, abrazándose las rodillas y con el chorro de agua en la espalda.

- ¡Usted es un intolerante! -, me recriminó Gustavo.
- No es que sea un intolerante. ¡Es que usted está empoloto!, y parece que es el único que no lo nota. Además, ¿quién se pone primero las medias?

Thursday, July 15, 2010

"Mi amor, tenemos que hablar"

Varios lectores me han pedido que aborde este tema. Siento mucho no haberlo hecho antes, pero no es sencillo escribir de estos ámbitos sin vulnerar la política de no agresión de ¿MRpuP?

Finalmente, acá está la respuesta a su solicitud. Hice lo mejor que pude, así que mala suerte si alguna se siente ofendida.

Sexo, sexo, sexo. ¿No se les ocurre nada más? Es el tema del que más me piden que escriba. La posición más rara, la situación más hilarante, la experiencia más desastrosa. Todas las solicitudes en este sentido han estado cargadas de morbo, risas maquiavélicas y pensamientos enfermizos, pero sólo una fue hecha con real preocupación.

Un amigo cercano (pongámosle Fabio) me contó su caso, casi con lágrimas en los ojos. Puso punto final a una relación promisoria porque la integridad de su sentido del olfato se veía comprometida al momento de intimar.

- ¡Usted no se imagina, no me podía concentrar! -, me explicó, tomándome por los codos y zarandeándome.
- ¿Pero como para terminarle a esa pobre niña? ¡Se veían contentísimos!
- Cierto, estábamos muy contentos, pero es que desde la primera vez fue imposible. No podía dejar de pensar en los pescadores de cangrejos de Discovery Channel, en La Sirenita o en una barra de Sushi.

El problema de Fabio (o el de su exnovia) es uno de esos temas que se pueden tratar con los amigos, pero nunca con la directamente implicada.

- ¿Usted qué le diría? ¿Cómo le toca el tema? – me preguntó Fabio.
- Dadas las circunstancias, creo que lo mejor sería no tocarle nada.
- ¡No, hombre! Me refiero a cómo le haría caer en cuenta de su…
- ¿Estado? ¿Condición?

Debe ser una de las preguntas más difíciles del género masculino, en el tema que nos compete: ¿Cómo dirigirse a la doliente? (Ojo, doliente con la d).

Creo que ningún hombre sabe hilar esa conversación sin herir susceptibilidades, o sin recibir una cacheta con un alarido. “¡Es una condición glandular, imbécil!”.

Además, siempre se corre el riesgo de que le contesten a uno con una carcajada: “¡Jajajaja! No seas chistoso, tú no estás hecho precisamente de rosas. Y si de matar pasiones se trata, esa barriga no es nada inspiradora”.

Sé que me demoré mucho en escribir una entrada relacionada con sexo, y de antemano pido excusas. No sé cómo iniciar esa difícil conversación (perdón, Fabio), pero sí se me ocurre un modo de sugerirla tangencialmente.

- Mira mi amor, este blog es chistosísimo – dígale a la fémina, siéntela frente al computador y muéstrele esta entrada de ¿Me Regala para un Pan?

Ahora, espere la reacción de su novia.

Espérela… espérela… ahí viene… ¡Esa!

¿Sí la vio?
Así se haga la boba, sabe que el tema es con ella.

Wednesday, July 14, 2010

Cinco

Hace unos ocho años, cuando apenas comenzaba mi vida laboral, tuve el infortunio de trabajar en una editorial de garaje, esas cuyo gerente no ha pisado una universidad. Fueron cuatro meses de tortura en los que me inventaba cualquier cantidad de juegos para matar el tiempo, mientras desocupaban el único computador asignado al equipo editorial.

La oficina quedaba en la Avenida Caracas, una de las calles más emblemáticas de la capital colombiana, más o menos por la calle 63. La zona se caracteriza por la gran cantidad de vendedores ambulantes, casas de cambio, restaurantes improvisados y clubes clandestinos.

Estos últimos constituyen los centros de comercio más publicitados de la Caracas. Por donde uno camina le entregan tarjeticas de presentación con textos como: Cinco servicios por 20 mil. Cincuenta mujeres casi vírgenes. Sólo menores de 20. Domicilios 24 horas. Déjese atender.

¡Qué tal! Cinco servicios por 20 mil (unos 10 dólares).

Las tarjetas se las entregan a todos los hombres que transitan el sector, y si uno pasa por la entrada de uno de los burdeles corre el riesgo de ser perseguido por un mozalbete vomitando un discurso repetitivo, reiterativo, incisivo… “Chicas, chicas, chicas, siga sin compromiso”.

Un momentico. ¿Cinco servicios por 20 mil?

Yo opté por otorgarles valor a las piezas publicitarias. Las guardaba en un tarjetero, como si fueran “monas” coleccionables, desechaba las repetidas y organizaba las láminas alfabéticamente. Un par de amigos me ayudaron en el proceso. Se podría decir que llenamos el álbum.

¿Cómo? ¿Cinco servicios por 20 mil? No puedo ser el único que se haya quedado pensando en el tema. ¿Cinco? ¿Por 20 mil?

Hagamos el ejercicio. Cuenten con los dedos los posibles servicios, en orden de importancia, siendo el uno el más básico. Creo que pagar 20 mil pesos por los tres primeros es una ganga, pero incluir el cuarto ya suena sospechoso. Nadie incluye el cuarto si no hay amor en la relación. No sé, me suena a engaño, a que el cuarto debe ser una muestra gratis del servicio completo.

¡Y el quinto! ¿Qué decir del quinto? No hay quinto malo. Incluirlo como oferta ya es osado, y cobrarlo en un paquete tipo combo, otorgándole la quinta parte de un precio irrisorio, es degradarlo. ¿Será que sí incluyen el quinto como servicio completo?

Igual, me quedé con la duda. Todas las tarjetas cumplieron funciones asociadas a la filatelia. Espero que algún día su valor crezca y venda mi álbum por muchos millones. El tiempo lo dirá.

¿Será que todos estamos pensando en el mismo quinto?

Sunday, July 04, 2010

Botox para el pelo

A la niña que toma fotos... ¡merci!
 

Un par de amigos lo han usado, o se le han hecho. Cuando los veo lisos, como la cola de un percherón, y con la cara de satisfacción que ponen las mujeres cuando salen de “hacerse” las uñas, tengo que preguntarles por su nuevo look.

- ¿Ustedes qué carajos se hicieron en el pelo?
- Botox, papá. Bo-tox.

Y sonríen, como si fuera un logro.

Al parecer el botox no sólo se lo inyectan las mujeres en la frente y en las mejillas. También se lo pueden “aplicar” los hombres en el pelo, lo que les brinda una apariencia fresca, un liso duradero y un cuerpo sin igual. Básicamente, se ven como el Ken de la Barbie.

- ¿Y por qué se echaron botox?
- Pues porque se ve muy bien.
- Ajá. Claro.

Leí que el tratamiento restaurador consiste en el sellamiento de la cutícula capilar y en la inyección de proteínas. “La queratina brasileña, o keratina (…) es algo así como un baño de vida e hidratación para el cabello, además de una solución inmediata para dejar la secadora y la plancha porque lo alisa y le devuelve el brillo”, reza un artículo titulado Botox para el cabello, de la revista PERFIL.

- Se ve de mentiras. Parece que tuvieran puesta una peluca.
- ¡Todo lo contrario! Se ve muy real. Nos devolvieron el brillo natural.

Al parecer eso es lo que hace el botox: Le devuelve el brillo natural al pelo. ¿De dónde sacarán el brillo natural del pelo? ¿Reciclan los residuos que barren de las peluquerías y los deshidratan? Sea lo que sea debe ser un proceso bien complicado, pero el producto no debería ser más costoso que un galón de champú.

- ¿Cuánto pagaron por esa porquería?
- $250.000, cada uno (unos 130 dólares)
- ¿Qué? ¿Se enloquecieron?
- Ayyyy, pero vale la pena.

Recuerdo haber leído “contiene embriones de pato y placenta” en el envase de un producto para el cuidado capilar, pero 250 mil pesos es una cifra exagerada, por más exóticos que sean los ingredientes.

¿Será que el botox es una mezcla con una alta concentración de embriones de pato? ¿O de placenta? ¿Cuántos partos se requerirán para producir una onza de ese componente?

- Mejor baten dos huevos y se los ponen en la cabeza por un par de horas.
- No es lo mismo, ignorante. Además, no puede negarnos que se ve bien.
- ¡Qué va! Se ven ridículos.

Creo que algunos de mis amigos están incursionando en temas que les competen a las mujeres. No demoran en afeitarse las axilas, el pecho, la espalda, las gue... Bueno, los testículos son un tema aparte.