Wednesday, March 31, 2010

Teoría de inclusión homosexual en cuestiones idiomático-sexistas

Antes de que me regañen, les dedico este post a todos mis amigos gays. A los tres. O mejor, a los cuatro (sí, viejo. Todos lo sabemos, hasta tus papás. No lo niegues más).

En repetidas ocasiones he recibido un correo titulado “¡Hasta la lengua castellana es machista!” en el que las mujeres se quejan del sexismo en algunas palabras y términos de nuestro idioma.

Alegan que vocablos como aventurero, recorrido, callejero y perro cuentan con significados diversos que poco o nada tienen que ver con el género masculino, mientras que sus respectivas formas femeninas (aventurera, recorrida, callejera, perra) tienden a ser usadas como calificativos o insultos para referirse a las mujeres. El correo reza:

“Aventurero: Osado, valiente, arriesgado.
Aventurera: Puta.
Callejero: De la calle, urbano.
Callejera: Puta.”

Personalmente considero que esta aseveración es injusta. Si bien algunos vocablos tienden a ser usados como adjetivos peyorativos en contra de las féminas, los hombres no salimos bien librados cuando se cambian de género algunos calificativos.

La transición de los adjetivos mencionados, de masculino a femenino, sugiere una equivalencia del vocablo “Puta”, pero el cambio de otros adjetivos, de femenino a masculino, redunda en conjeturas que aducen al homosexualismo como señalamiento ofensivo.

Delicada: Atenta, suave, tierna.
Delicado: Gay.
Tierna: Edad de la niñez. Propensa al llanto.
Tierno: Gay.

Si una mujer es dulce, tiene una personalidad tierna y agraciada. Si un hombre es dulce, es gay.

Si una mujer es suave, tiene una forma de ser cortés. Si un hombre es suave, es gay.

Pero esta discriminación no se limita a simples palabras, ¡no señora!, sino a cualquier tipo de comportamiento propio de las mujeres realizado por un hombre.

Si un hombre se “hace” las uñas, es gay.
Si un hombre se pinta el pelo, es gay.
Si un hombre se pone tacones, es gay. Bueno, tal vez esto sí.

Pero no solo se trata del señalamiento que usa la palabra “gay” como ofensa, sino a una sugerencia morbosa.

Si una mujer se consiente un fin de semana, significa que visita el salón de belleza para "hacerse" las uñas y el blower. Si un hombre se consiente un fin de semana, significa que pasa dos días con un rollo de papel higiénico y una crema de manos en la mesita de noche.

Tuesday, March 30, 2010

Teoría de uso holista de la anatomía cárnica

Mesero, creo que este pollo está crudo. Se me está comiendo el arroz.

Hace unos días vi un video de National Geographic en el que un grupo de estudiantes coreanos practican la ingesta del pulpo vivo. En algunos restaurantes de ese país se puede pedir un plato de pulpo. Literalmente, un plato con un pulpo y nada más.

El procedimiento consiste en enredar al animal en los palitos, untarle uno o varios tipos de salsa y comerlo de un solo bocado. Al parecer, lo más difícil no es masticarlo, sino tragarlo, pues las ventosas se adhieren a los dientes, la lengua, el paladar y el esófago. Según el documental, muchos han muerto asfixiados.

El video me intrigó tanto que decidí investigar un poco más sobre esta tradición (¿o maña?). Me encontré con una competencia aterradora que tiene lugar en China, en la que los chefs deben cocinar, en el menor tiempo posible, diversos platos con una única regla: al momento de ser servidos, los animales (o lo que queda de ellos) aún deben moverse. Culebras, peces y anguilas hacen parte del menú.

En Japón se adelantan ferias ambulantes que se atreven a mucho más. Cocinan pollitos vivos. Sí, pollitos amarillos, los que rifaban en las piñatas.

¡Terrible!

Quise hacer esta entrada de Me Regala para un Pan con los ejemplos nacionales de ingesta de animales vivos, pero al parecer en Colombia no tenemos muchas tradiciones de este tipo. Tal vez existan en algunas tribus indígenas o en familias trastornadas, pero no como parte esencial de nuestra idiosincrasia.

Los únicos ejemplos que encontré fueron retos entre amigos (20 mil a que no es capaz de comerse esa cucaracha), realities (el equipo que coma más cucarrones se gana una bolsa de leche) y accidentes en elevado estado de embriaguez (pensé que la pecera era una coctelera).

Acá no nos comemos los animales crudos. Acá la apuntamos a algo diferente: El aprovechamiento total del ser sacrificado. Cuando una vaca muere, el 100% de su anatomía es usado para fines diversos.

¡Pero no crean que se trata únicamente de la carne, la piel y algunos órganos! ¡No señor! Los ojos, los testículos y las glándulas salivales hacen parte del menú. Al final, todos los remanentes se meten a una olla con papa, yuca y arracacha y se cocinan en sopa. En la plaza de la Paloquemao la venden. Una vez la probé y prometí no volver a hacerlo.

Hay muchas partes de la vaca que trato de no comer, pero solo dos “derivados” se ganan todo mi asco. El primero es la lengua, porque es inmunda a la vista en su estado de refrigeración, y el segundo es la gelatina de pata.

- ¿De pata?
- Sí, de pata.
- ¿De pata, de las patas?
- Ajá, de pata de res.
- ¿De las patas de la vaca?
- De las patas de la vaca.

Hace pocos días tuve esta conversación. Juro que no sabía de dónde provenía. Aún no salgo de mi asombro.

Friday, March 26, 2010

Teoría de chovinismo aplicado al pábulo vertiginoso

Amo la pizza de barrio. La que venden por porciones. La que sirven en cartoncitos triangulares absolutamente inútiles, con un huequito para hacer equilibrio con el dedo de la mitad. ¿Cómo se come correctamente una pizza en un cartón de esos? ¿Quién hizo ese diseño?

En fin. Hoy no hablaremos del cartón, sino de la pizza.

La pizza de barrio siempre me ha parecido espectacular, porque mantiene con los años el sabor que por excelencia ha visto crecer a la cocina colombo-italiana: Pollo con Champiñones.

Cuando pienso en pizza, me imagino una pollo + champiñones. Constituye la pareja ganadora en una guerra de sabores combinados en la que maíz + tocineta se acerca peligrosamente a la cabeza, mientras que pepperoni + salami fue relegada a la cola de la competencia.

La combinación de dos ingredientes le da a la pizza una infinidad de posibilidades que no tienen otras comidas rápidas, al tiempo que les otorga a los pizzeros peligrosas dosis de creatividad rebosante. Por eso existe la pizza tocineta + ciruela y bocadillo + queso.

Lo realmente aterrador es la capacidad que tienen las pizzerías de darle tintes nacionalistas a las combinaciones de sabores. Debería existir una pizzería llamada “El Chovinista”, con pizzas oriundas de latitudes diversas.

Los siguientes son algunos ejemplos clásicos de sabores con bandera:

Piña + Jamón: Pizza Hawaiana. ¿En serio? ¿Eso comen en Hawái? Me di a la tarea de leer sobre comida hawaiana y no tiene nada que ver con la pizza que nos han vendido desde niños. Tal vez quienes la bautizaron así se imaginaban grupos de surfistas tomando piña colada con una tabla de quesos y jamones.

Carne molida + tomate + ají + maicitos: Pizza Mexicana.
Acá no importa la carne, ni el tomate, ni nada. Lo importante es que sea picante. Si la pizza tiene ají, es mexicana. En algunas pizzerías se atreven a verter un paquete de maicitos encima del queso. "¿Qué son esos cosos? ¿Totopos artríticos?".

Maíz + chorizo + hogao: Pizza colombiana. ¡Por supuesto! Combina los ingredientes de la bandeja paisa (chorizo) y el ajiaco (maíz) que mejor quedan sobre una masa al horno. Y con hogao, porque todo queda buenísimo con hogao.

Siempre pensé que la riqueza de la comida colombiana daría como para diversificar regionalmente los sabores de pizza. Deberían existir por lo menos cuatro combinaciones nacionales:

Pizza Paisa: Fríjoles, carne molida, maduro y huevo (al horno, no frito).
Pizza Rola: Pollo, papa, guascas, alcaparras y crema de leche.
Pizza Costeña: Pescado, suero y butifarra.
Pizza Boyacense: Habas, nabos, cubios y chuguas.

La única y verdadera pizza colombiana debería ser una masa gigante, partida en cuatro y con estos sabores.

Monday, March 15, 2010

Teoría de almacenamiento afectivo de remanentes anatómicos

¡Los bebés crecen rapidísimo! Por eso los papás tratan de acompañar a sus retoños tanto como les sea posible, para no perderse del primer diente, los primeros pasos, la primera palabra, la primera risa.

Nuevo papá que se respete compra una cámara de video, y nueva mamá que se respete compra un “álbum del bebé”, un cuadernillo rosado o azul (no, mi señora, no viene ni en amarillo ni en verde) para rellenar con fechas y anécdotas. Ese libro constituye una de las primeras compras de la mamá durante el embarazo y uno de los principales regalos en los babyshowers.

Me reí por primera vez a las __ semanas
Me gusta el jugo de __
Me salió mi primer diente a los __ meses


En la primera página siempre hay un espacio para pegar un mechón de pelo del recién nacido. Es curioso que sea desagradable encontrar un pelo en la comida, pero resulte encantador ver una maraña empegotada en un libro. Todos tenemos ese cuadernillo (pregúntenle a sus mamás) y siempre está lleno el espacio del mechón.

Esa es la primera etapa de una serie de residuos y aditamentos corporales que tienden a ser guardados como recuerdos, una vez son separados de nuestra anatomía. Deberíamos detenernos en el mechón de pelo, pero por alguna extraña razón nos maravillamos con nuestros desechos. (¡Dios mío!, podría hacer cualquier cantidad de símiles repugnantes con este precepto).

Alguna vez me mostraron un libro que contenía, además del mechón del recién nacido, el ombligo del infante. La madre lo tomó en sus manos con celo y me lo enseñó con una espectacular sonrisa, como si se tratara de su hijo.

“¿Pariste un ombligo?”, pensé.

Es cierto que puede considerarse el último recuerdo palpable de la estancia del niño en el vientre materno, y seguramente es tierno guardar un nudo de arterias, venas y tejido mucoso. ¿Pero es imperativo exhibirlo a las visitas?

Con los años me he encontrado con personajes que guardan sus dientes de leche en envases que alguna vez contuvieron rollos fotográficos. No me molesta que me pasen el tarrito por la cara, diciéndome “¡Mira!, mis dientes de leche”, o que lo hagan sonar como una maraca. Lo realmente repugnante es que saquen el contenido y lo organicen sobre la mesa. Sí, una vez lo vi.

A la fecha, el máximo exponente de esta costumbre necrótica es un amigo (digámosle Pepito Castaño). La primera vez que fui a su casa encontré,
exhibido entre varios libros de orden público, un frasco de vidrio, saturado de formol y con un extraño corpúsculo en el fondo.

- ¡Ay no! Por favor, dígame que eso no es lo que me estoy imaginando.
- ¿Qué cosa? ¿Mi apéndice?

Tuesday, March 09, 2010

¡Se lo come o se lo unto!

Mi mamá me enseñó que la comida no se desperdicia. Me inculcó este precepto con el amor y la paciencia que sólo una madre puede transmitir: “Te tragas todo el coliflor o te lo embuto”. Yo lo consumía, resignado, ante la falta de opciones. ¿Esconderlo? Imposible. ¿Endosarlo? ¡Qué va! Ni el perro se comía la coliflor en leche. (Tarde supe que la coliflor es niña).

No desperdiciar la comida fue una de las lecciones que se me quedaron para toda la vida. Por eso me aterran la Tomatina de Buñol, las guerras de pasteles y los concursos de engullir perros calientes. El único desperdicio de alimentos que tolero es la lucha femenina en piscina de gelatina. Es más, lo disfruto. ¡Es más!, debería ser un deporte olímpico.

Mi educación en este sentido resulta un poco estresante, cuando en las telenovelas y en algunas películas las escenas de comida constituyen ambientes irrelevantes que enmarcan el desarrollo de la trama. Es decir, en una escena de comida nadie come.

Por ejemplo. Entra el señor a la habitación con una bandeja, luciendo un desayuno recién preparado. Se la pone a su novia en las piernas (la bandeja), mientras ella, con el pelo perfecto y un semblante delicioso, se despereza y se dispone a comer. Pero no come. Tal vez toma un sorbito de jugo o prueba una tostada. Pero nada más. Hablan de alguna cosa que tienen que hacer urgente, se paran y se van.

¿Y el desayuno? ¿Soy el único al que le da angustia dejar ese desayuno servido? Para efectos prácticos el equipo de producción arrasará con la bandeja, pero son esos pequeños detalles los que me sacan de la trama y me devuelven a la realidad.

El día que le lleve a mi novia el desayuno a la cama y se pare corriendo a hacer algo, la freno en el aire de un grito: “¡En la vida te vuelvo a cocinar!”.

Ese desperdicio también se presenta en las mejores películas. Visualicen la siguiente escena:

El detective entra al bar con el saco en la mano, se sienta en la barra y pide un Martini. Luego mira con desprecio al asesino, en la mesa de la esquina, y lo identifica plenamente. Le da un pequeño sorbo a su trago y hace una llamada. Se para y abandona el bar.

“¡Ay! Apareció el asesino”, piensan todos en la sala de cine.

Yo, en cambio, me quedo en lo intrascendente… “¿Y el Martini? Viejo, el Martini. Tómate el Martini, por Dios Santísimo.”

¡Me da una angustia terrible cada vez que veo eso!

Wednesday, March 03, 2010

Teoría de adopción de preferencias ajenas por ósmosis romántica

Un nuevo noviazgo nos sumerge en un universo de maravillosas experiencias apacibles, nos transporta a escenarios desconocidos, donde la innovación es la rutina, y nos arrastra hacia instancias saturadas de una exhuberancia idílica que destila besos y sonrisas disimuladas.

Bueno, ya. Pongámonos serios.

Un nuevo noviazgo también nos obliga a compartir. Cuando estamos solteros no compartimos, y cuando estamos solteros eso es bueno.

Pero si entramos en una relación estable y tendiente a la trascendencia los espacios personales comienzan a ser ultrajados, y nuestras preferencias sufren una metamorfosis por choque de gustos con la contraparte.

Esto pasa porque con el tiempo la magia se ve amenazada por el tedio, lo que nos obliga a innovar e inmiscuirnos en cuanta vaina se nos ocurra, con tal de evitar el bostezo.

¿Alguna vez ha tenido una relación en la que los antojos de uno se vuelven los proyectos de los dos? ¡Claro que sí! Es ese afán de cambio el que nos empuja a cometer idioteces, como matricularse con la novia en un gimnasio, comenzar a ir con el novio al autódromo o madrugar juntos a sábados de squash.

“¡Mi amor, te tengo el plan! Vamos a aprender a bailar tango”.

La primera vez que oí esa frase casi me muero del susto ¿o de la risa? Recordé a un amigo que me contó hace un par de años que había entrado a clases de canto, con la esposa.

No lo tomen a mal. Bailar tango me parece espectacular, siempre y cuando la rutina sea ejecutada por profesionales. Bailar tango debe seguir siendo una de esas prácticas que todos quieren dominar, pero nadie se atreve a intentarlo.

Y suponiendo que se haga el deber de tomar las clases, ¿qué pasará si se termina ese noviazgo? No he conocido a la primera persona que ostente un dominio de dicho arte y salga a una pista a bailar sola. El tango no es como el meneito o el carrapicho. ¡No señor! Tiene reglas muy claras: No se baila de manera informal. No se baila con desconocidos. No se baila con neófitos. No se baila solo… No se baila y punto.

Conclusión: Bailar tango es un residuo inservible de una relación infructuosa. Lo mejor es optar por actividades de pareja que resulten útiles en ámbitos de soledad y abandono, como el arte country, el punto de cruz o la pintura al óleo.

¡O mejor aprenda croché! Es algo que su mamá siempre quiso que dominara y nunca tuvo el valor de sugerírselo.

Monday, March 01, 2010

El dream team político

La semana pasada se cayó el referendo reeleccionista. No voy a decir si me parece bueno o malo, ni quién debería ser el próximo presidente de Colombia. Me Regala Para un Pan no tiene color político ni está vinculado a ningún partido… a menos, claro, que alguien me quiera pagar por ello.

Esta entrada no profetizará ganadores, pero sí divagará sobre imposibles. ¿Quiénes deberían ser nuestras opciones? Estos son los candidatos que conformarían el mejor tarjetón de la historia de la democracia colombiana.

Jorge Barón presidente, y agüita pa’ mi gente. El primer candidato tiene que ser Jorge Eliecer Barón Ortiz. Es la figura pública más reconocida en las pequeñas poblaciones y el máximo exponente del proselitismo. Su amplia experiencia en televisión nos sacaría del embrollo del tercer canal.

Lo importante es la per-so-na-li-dad. Jorge Mario Valencia, amado por muchos y odiado por muchísimos más, tiene la habilidad de sostener impávida su fisionomía con el transcurso de las décadas. Desde los años 80 Jota Mario es calvo, feo y gafufo. ¿Eso es malo? No. Eso es constante. Sería interesante ver si aguanta cuatro años en el poder y momificarse en el proceso.

Julio Mario Santodomingo, EL presidente. Abajo el arribismo, abajo las maquinarias políticas, abajo los partidos, las roscas y RCN. Arriba Cine Colombia y El Espectador. Barra libre de cerveza en el Congreso, y muerte a la corrupción, porque no puedes robar plata cuando la tienes toda.

Yo le hago a la presidenta. Nadie tiene más fans que Natalia París. Debería lanzarse a la presidencia. ¡Debería empelotarse en la publicidad política!... O mejor, debería hacer proselitismo empelota. Es más, debería empelotarse en Soho a cambio de votos. Y pues ya entrados en gastos, debería publicar las fotos en la gaceta del congreso.

Los votos en blanco y la abstención disminuirían. Garantizo, bajo esas circunstancias, la mayor votación de la historia de la democracia colombiana. Y sería una pelea reñida, con segunda vuelta, octavos y cuartos de final, y una finalísima con conteo de votos en el Nemesio Camacho El Campín. Eso sí, sería reñida siempre y cuando no se lance el padre Chucho.



¿Se me quedó alguien por fuera?