Thursday, March 10, 2011

Yo, el futuro calvo

Me estoy quedando calvo y no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Los injertos son carísimos y al parecer los champús “control caída” no son más que un pajazo mental. O capilar.

Mi papá era calvo y mis dos hermanos son calvos. Esa es mi excusa: Tengo el gen del calvo, o flojo el gen del pelo. ¡Qué sé yo!

Cuando te comienzas a quedar calvo todo el mundo parece notarlo, menos uno. Cuando me encuentro con personas que no veo hace mucho tiempo, lo segundo que me dicen es “Se te está cayendo el pelo”. Lo primero que me dicen es “Cómo estás de gordo”.

Si me dicen que estoy gordo digo “¡Y eso que he bajado!”. Lo digo por reflejo, aunque no sea verdad. “¿Te parece que tengo papada y barriga? Y eso que no me viste hace seis meses”. Así me justifico. Estoy repuestico, pero estoy haciendo algo al respecto.

Con la calvicie es otro cuento. Cuando me dicen que me estoy quedando calvo me cojo la cabeza instintivamente, hago una mueca de resignación y digo “Sí, ni modos”. ¿Qué más puedo decir? Hay que aceptar la realidad. El calvo es como el alcohólico y debe reconocer su condición.

Los remedios de la televisión que antes me eran ajenos ahora llaman mi atención. Y eso que no tienen los elementos clásicos de presentación que despiertan mis sentidos, como modelos despampanantes, licor o música. Un comercial de un medicamento para la calvicie tiene fotos de "antes" y "después", testimonios poco realistas, científicos de mentiras en un laboratorio de colegio e imágenes de la planta milagrosa de la extraen el compuesto básico del remedio. A pesar de la paupérrima producción me veo el comercial completo, y pienso que los calvos tienen futuro, y que los futuros calvos tenemos futuro lejano promisorio.

Pero luego recapacito, y me convenzo de que la calvicie es inevitable. Al final del día no me creo el cuento de que los tratamientos contra la caída del pelo funcionan.

  - A mí se me estaba cayendo el pelo, pero comencé a usar ese champú y ya no se me cae-, me dijo un amigo hace un tiempo, convenciéndome de que comprara un tratamiento que promocionaban en televisión.
  - ¿Entonces, si no lo hubieras usado estarías calvo? -, pregunté en tono irónico.
  - No sé si calvo, pero sí con menos pelo -, me dijo, cogió una manotada de pelo de su cabeza y la haló con firmeza, como demostrándome que no llevaba puesta una peluca.
  - Pero no hay forma de saberlo. ¿O me vas a decir que tu método de comprobación es el sifón de la ducha?
  - ¡Pues claro! Ahora ya no hay casi pelos en mi baño.
  - ¿No será que ahora te estás quedando calvo en horario de oficina? ¿O en el gimnasio? ¿O manejando? No se te tiene que caer todo el pelo en la ducha. ¿Cuánto pagaste por esa porquería?

Me reservo la cifra. Al final del diálogo “prevención versus reversión” me mostré partidario de la restauración del folículo piloso. Si tuviera que elegir entre el champú que no permite que se caiga el pelo, y el que hace que vuelva a salir, me quedo con el segundo. Para mí es mejor curar que prevenir.

Pero esos medicamentos no me terminan de convencer, aunque llamen mi atención cuando veo televisión y aunque ahora haga parte de su público objetivo. Nunca voy a usar productos para que me salga más pelo. Lean de nuevo la primera frase de esta entrada. ¡Ya lo acepté! Voy a ser calvo.


¡Voy a ser calvo! Un calvo orgulloso. Me dejaré crecer el pelo que tenga, lo tendré suelto y exhibiré mi cabeza parchuda al viento, con alegría.

No taparé el sol con un dedo, ni mi cabeza con tres mechones. No voy a ser como el cincuentón en negación que se deja largo el pelo de un lado de la cabeza y lo lanza en mechas parabólicas de oreja a oreja. (¿Han visto a esa gente en una piscina?) Tampoco me afeitaré la cabeza, porque si sigo engordando exhibiré los pliegues en la nuca que tanta impresión me dan, y todos sabemos que seguiré engordando. ¡Es inevitable! Eso también va en los genes.