Wednesday, October 27, 2010

Teoría de la vagabunda

A continuación emplearé el término vagabunda porque es sonoro y contundente. Y porque no quiero escribir “puta”.

Todos conocemos a alguna vagabunda. Ella, la amiga sin tapujos, que dice y hace las cosas de frente, sin miedo a las opiniones del mundo. Ella, la que no se siente orgullosa de lo que es, pero tampoco se avergüenza de serlo. Ella, que en alguna borrachera ha dicho “¿por qué seré tan vagabunda?”.

Sí, ella. ¿Ya la identificaron? Les doy una pista: Es esa amiga a la que el hombre se acerca en momentos de soledad, y de la que se aleja cuando trata de serle fiel a su novia. No se hagan los bobos, ustedes ya saben de quién les hablo. Con mis amigos de infancia tenemos una amiga así. Digamos que se llama Lupe.

Cuando todo el mundo las juzga, yo las respaldo. Peleo en el equipo de las vagabundas y defiendo su bandera, pero no solo por respeto a su (nuestro) estilo de vida sino porque son señaladas con un adjetivo impreciso.

Por supuesto, me refiero a que todos tienen una imagen mental diferente de la vagabundería, por culpa de una única percepción, una duda histórica, una inquietud eterna: Las mujeres no saben cuándo dárselo a un hombre.

Al parecer hay unas reglas básicas:

Si una mujer se acuesta con un hombre el día que lo conoce, es una vagabunda.
Si se lo da en la primera cita, es una vagabunda.
Si se lo da la primera vez en un motel, es una vagabunda.
Si habla de “dárselo” y no de “hacer el amor” cuando se refiere al acto sexual inicial, es una vagabunda.

¡Qué cantidad de afirmaciones subjetivas! No me sorprende que el término vagabunda esté asociado más a un complejo que a un comportamiento.

Miremos el caso contrario. Si una mujer lleva ocho meses saliendo con un tipo, sin tener relaciones sexuales, es considerada “una niña de la casa”, “una mujer que vale la pena”.

No voy a juzgar a la mujer de “espíritu libre” ni a la doncella de “educación tradicional”, pero sí me gustaría identificar la línea que delimita esos dos estados. ¿Cuántas citas debe tener una mujer con un hombre antes de acostarse con él, sin ser una vagabunda? Tal vez 4 ó 5. ¿O cuántos meses debe esperar? Tal vez 3 ó 4.

Yo creo que no influyen sólo el tiempo o el número de citas. Pongo como ejemplo la siguiente conversación, totalmente real, que sostuve con unos amigos hace pocos meses.

- ¿Qué pasa? ¿por qué esa cara de aburrimiento? -, le preguntamos a Tomás mientras se acercaba al grupo.
- Porque Marcela, después de casi un año de ser novios…
- ¿Se lo dio? -, lo interrumpidos todos, casi al unísono, poniéndonos de pie.
- Sí – contestó Tomás.
- ¡Qué maravilla, felicitaciones! Ya nos estábamos preocupando -, dijimos, y le cubrimos la espalda con palmaditas.
- No crean. Después de tanto tiempo yo esperaba una relación tierna, una conexión especial.
- ¡Ay no! No jodás que Marcela resultó ser una experta -, dije, agarrándome la cara a dos manos, para disimular la risa.
- Para qué les voy a decir mentiras. Sí, es una experta -, confirmó Tomás.
- ¿Muy experta?
- Sí.
- ¿Mucho, mucho? -, dijimos en tono consolador.
- Mucho. Mejor dicho, Lupe es una niña de la casa. ¡Calculen!

Wednesday, October 20, 2010

Animales para el sexo

Hace poco me enteré de que en algunas regiones de Italia y España es permitido que los bares y restaurantes sirvan algunos pájaros cantores como aperitivos. Eso ubica al libro “Matar a un Ruiseñor”, de Harper Lee, en la sección de cocina de las librerías.

¿Por qué alguien haría algo tan atroz? ¿Cazar pajaritos y servirlos para picar, con cerveza? ¿El maní es insuficiente? La razón es la madre de todas las razones: Al parecer algunas especies tienen propiedades que potencian el desempeño sexual.

Los afrodisiacos (o afrodisíacos) siempre me han llamado la atención. Pero no por su dudosa efectividad sino por su extraña procedencia. Por ejemplo, en algunos países de Asia el cuerno de rinoceronte es considerado un poderoso acelerador sexual, además de un remedio para diversos males. No quiero pensar en cómo se obtiene tan terrible sustancia, pero me mata de curiosidad saber cómo dedujeron el asunto.

Tal vez un nativo de Sumatra, en un flechazo de lucidez, vio un rinoceronte paseándose por la pradera y pensó: “Tal vez si asesino a ese enorme animal y consumo su cornamenta solucionaré mis afecciones fisiológicas… y de paso conseguiré erecciones pronunciadas”.

- Eso no es nada-, dijo Patricia, una alegre peruana que trabaja conmigo, en una de nuestras tantas conversación chovinistas. – En mi país venden en la calle jugo de rana.

Efectivamente, en algunas regiones del país de los Incas “agarran una rana de las patas traseras y le dan tres golpes secos, para que muera. Le quitan la piel de un solo tirón, empezando por las ancas, le extraen las tripas y las vísceras y la introducen en la licuadora junto con zumo de uña de gato (…) Para evitar los huesos, la cuelan”. La explicación la pueden ver detenidamente en este video.

¡En fin! Todos los países tienen alguna creencia popular asociada al desempeño sexual, pero creo que en Colombia y en varios países latinoamericanos salimos bien librados del tema.

Nuestra fauna asociada al sexo cabe en una copa de helado; se prepara con limón, cebolla y salsa rosada, y se sirve con cuatro galletas de soda. Por supuesto, me refiero al coctel o ceviche Molotov, El Poderoso, Levántate Lázaro (para ellos) o Ábrete Sésamo (para ellas).

- ¡Qué pasa, mi hermano! Cuéntame qué trae el más poderoso -, dice un comensal cualquiera, dirigiéndose al cocinero como si fueran amigos de toda la vida.
- Ese viene con pulpo, camarón, róbalo, corvina, cangrejo, ostra, langostino, calamar y chipi-chipi.

Nunca me he atrevido a probar un tentempié tan elaborado. Además, sin el ánimo de ser aguafiestas, un ingrediente de nombre “chipi-chipi” me causa mucha gracia y no me suena a potenciador sexual.


Pago por ver una película pornográfica en la que la actriz grite “Ay, papi, qué comiste, ¿chipi-chipi?”.

Sunday, October 17, 2010

Teoría del cerebro flotante

Las mujeres se quejan de que los hombres no ponemos cuidado. Dicen que todo nos da lo mismo y que nada nos importa. En eso, hay que decirlo, tienen toda la razón.

- Mi amor, ¿me queda bien este pantalón azul? -, me preguntó mi exnovia, hace varios años.
- Sí, te queda bonito.
- ¿No me veo gorda?
- No, para nada.
- Ok. Y este negro, ¿se me ve bien?
- Sí, mi amor. Muy bien.

Esas preguntas los hombres las contestamos por instinto. Tenemos un sentido de ubicuidad, asociado al cromosoma Y, que nos permite tener el cuerpo con la novia, pero la mente lejos, muy lejos, por ejemplo en una tienda de aparatos electrónicos, en un partido de fútbol o en una despedida de soltero. Esta técnica se conoce como "cerebro flotante".

La mente vuelve al cuerpo cuando nos hacen preguntas que no podemos contestar con un "sí" o un "no".

- ¿Y cuál me queda mejor? -, miré a mi novia a los ojos y traté de descifrar de qué me hablaba.
- Flaca, no sé -, contesté, poniendo una expresión que le hacía creer que me importaba.
- ¡Ayúdame! ¿Cuál me llevo?, el azul o el negro.

Ok (piensa, piensa, piensa), me hablaba de los pantalones. Yo sí la vi medirse dos cosas, pero nunca supe qué eran. Y aunque le hubiera puesto cuidado ¿qué le podía contestar? ¿El azul? Imposible. Si después se engorda y el pantalón no le entra, adivinen de quién es la culpa.

- ¿Aló? ¿Te englobaste? Dime, el azul o el negro -, yo seguía con la expresión de interés, quieto, como si fueran a tomar una foto.
- Creo que deberías llevarte los dos -, dije.
- ¿Seguro? No sé, están muy caros.

¡Perfecto! Era el momento de hacer la jugada y aprovechar la oportunidad.

- Pues si quieres, y únicamente si así lo quieres, lleva el negro y yo te regalo el azul de amor y amistad -, o de cumpleaños, o de navidad, o de lo que fuera.

Ella sonrió, me abrazó con un pantalón en cada mano, pagó uno y yo pagué el otro. Descompleté la plata del arriendo, pero no podía correr el riesgo de decir "yo después vengo y lo compro, porque ya sé cuál es". ¡No señor! Uno no sabe cuál es, así anote la talla, la referencia y el largo. Ella es la que sabe, porque es la que se lo midió. Si uno compra uno igualito va a decir "no es el mismo".

Ese día salí bien librado del cerebro flotante. Pero cuidado, señores, porque algunas mujeres han comenzado a identificar esta milenaria técnica.

- Mi amor, ¿me queda bien este pantalón azul?
- Sí, te queda bonito.
- ¡Mentiroso! No me estás poniendo cuidado.

Thursday, October 14, 2010

El negocio redondo

Las normas de comportamiento que un hombre debe tener en cuenta cuando acompaña a su novia de compras son las mismas que siguen las reinas de belleza en un desfile, cuando viajan en una carroza o en una ballenera: Sonría, no se siente, no se distraiga, disimule el cansancio, no deje que se le caiga la ropa y, lo más importante, hágales creer a todos que la está pasando delicioso.

La realidad es otra. Normalmente, los hombres odian ir de compras con su novia o esposa. Algunos señores incluso se jactan de su independencia y de su posición de macho alfa. Es decir, en las tardes de domingo se rascan la barriga, ven televisión y se empalagan en frituras, mientras sus novias van de tienda en tienda, se miden cuanta blusa se les atraviesa y salen de los almacenes cargadas de bolsas coloridas.

¡Ojalá esos caballeros acompañaran a sus novias! No se imaginan de lo que se pierden.

La siguiente historia es real. Ocurrió hace poco más de dos años.

Un viejo amigo, digamos que se llama Nicolás, contrajo nupcias con su primer y único amor, después de varios años de noviazgo. Tuve el placer (o la desgracia) de ser uno de los primeros invitados a su hogar naciente, para uno de esos almuerzos formalísimos, en los que lo más importante es mostrar que el matrimonio marcha a las mil maravillas.

Nicolás me dijo orgulloso que era el peor compañero de compras del mundo, y que su esposa lo sabía. Ella, mientras tanto, cuchareaba con actitud de triunfo una crema de auyama. No era difícil saber quién llevaba los pantalones en la casa.

- Con Tata siempre hemos sido muy sinceros-, dijo mi amigo mientras tomaba de la mano a su esposa-. Ella sabe que odio ir de compras y por eso nunca me pide que la acompañe.
- Eso no tiene nada que ver. Una cosa es que no te guste y otra que no la acompañes-, dije.
- No veo por qué tengo que obligarlo a hacer algo que no le gusta-, contestó Tata, mirando a su esposo con ojitos comprensivos.
- ¡Pues por negocio!-, interrumpí extasiado. - Si tú haces por tu esposa algo que no disfrutas, ella después hará por ti algo que no disfruta. Y dejémonos de pendejadas, Nico, en ese trato siempre salimos ganando los hombres.

Como era de esperarse, Tata me miró con ojos de verdugo. Había abierto el pergamino sagrado y develado uno de los más grandes secretos de las relaciones matrimoniales: la posibilidad de justicia. Nicolás apenas asimilaba la información cuando su esposa hizo una última jugada:

- No se me ocurre nada que Nico quiera que haga y yo no disfrute.
- ¿En serio? -, dijo mi amigo.
- A mí se me ocurren como tres o cuatro cosas -, agregué.

No aguantamos la obviedad y soltamos la carcajada. Tata estaba indignada con la falta de orden en un almuerzo formal y puso punto final a la conversación.

- ¡Qué asco! Ustedes no piensas sino en esas cochinadas.