Transformers
4 es la peor película que he visto en mi vida.
No esperaba
una película buena. Sabía que sería el resultado de su fórmula tradicional,
señor Michael Bay: Chistes flojos, actuación mediocre, personajes planos y
explosiones. ¡Muchas explosiones! Cualquier cosa que toque el suelo es
susceptible de explotar.
Aun así,
compré la boleta. Perro caliente y gaseosa en mano me senté, optimista. “Hay
que darle chance”, le dije a mi acompañante. “No puede ser peor que
Transformers 3”.
Pero
después del título comenzó a tomar forma una tortura que minuto a minuto hundió
a los asistentes en una montaña de estiércol hecha cine.
Con la
presentación de los personajes, usted, Michael Bay, puso su mano en mi cabeza y
me hundió en la mierda, como me ocurrió en Catwoman, con Halle Berry. Tras la
primera batalla, mi humanidad quedó totalmente cubierta por la inmundicia, como
en Battlefield Earth, con John Travolta.
Con la
aparición del malo se llenaron de estiércol mi nariz, orejas y cavidades oculares,
como en El día que la Tierra se Detuvo, con Keanu Reeves. Y la explicación de
la identidad del villano fue la cereza del pastel. O mejor, la arveja de la
montaña. Como un maratón de The Happening, Señales y After Earth, de M. Night
Shyamalan, en versiones extendidas y con comentarios del director.
Aun puedo
sentir su bota, Michael Bay, empujando mi cabeza hacia la base de la montaña,
hundiéndome hacia la ración más apestosa de su arte. Pasarán semanas antes de
que pueda recuperarme del todo. Todavía me quedan remanentes entre los dientes,
las uñas y el pelo.
Tales
fueron el desagrado y la peste, que redundaron en una revelación. Cuando la
película llegaba a su flojísimo clímax, y tras la saturación de mis bronquios y
el taponamiento de mis arterias, tuve una epifanía: Este es el final. No
importa lo que pase, ni cuánto me lo pidan mis hijos o mis amigos, jamás de los
jamases volveré a pagar un centavo para ver una película suya, Michael Bay.
Porque ver
una película suya, Michael Bay, es falta de amor propio y símbolo inequívoco de
ausencia de criterio. Invitar a la novia a ver una película suya, Michael Bay,
es causal de separación.
Es más, un
DVD de una película suya debería ser el símbolo universal de las malas
noticias: “Estoy embarazada. Toma este DVD de Armageddon”. “Papá, mis notas del
semestre están en la caja del DVD de Pearl Harbor”. “Andrés, tenemos que
hablar. Pero primero, mira este DVD de Pain & Gain”.
Salí de la
sala de cine convencido de que no volvería a alimentar a la bestia, porque la
misma existencia de esta porquería es culpa del pueblo. Usted, Michael Bay, nos
ahoga en nuestra propia mierda. En la medida en que sigamos yendo a ver sus
películas, usted las seguirá haciendo.
A pesar del
desagrado y antes de despedirme, debo agradecerle, Michael Bay. Transformers 4
colmó la capacidad de cine basura en mi cerebro, causó un corto circuito y me obligó
a una purga total. Desde que vi su película estoy motivado a ser una mejor
persona.
Desde hoy,
leeré más historia, biografías y clásicos. No más Crepúsculo ni 50 sombras de
Grey, porque son Michael Bay en texto.
No más
Burguer King a las 2:00 a.m, ni desayunos de Taco Bell. Eso es alimentarse con
Michael Bay, y uno es lo que come.
Saldré a
correr y a montar en bicicleta, y no creeré en esos batidos naturales Michel
Bay para adelgazar o en esas máquinas Michael Bay para sacar abdominales.
Buscaré sus
equivalencias en mi rutina, señor Michael Bay, y las anularé. Con el tiempo, completaré
un decálogo, lo estamparé en piedra y recibiré la bendición del cielo. Lo
compartiré con el mundo y evangelizaré los pueblos. Creceremos en seguidores y
seremos una fe educada. Nuestro culto resonará en las taquillas y algún día
seremos mayoría.
No será
pronto, pero tal vez cuando llegue Transformers 5 (ya en preproducción) no
recaudará 200 millones de dólares en su primer fin de semana internacional,
como ocurrió con Transformers 4. Y entonces, recitando nuestro decálogo, de
rodillas y en perfecta comunión, sabremos que hicimos del mundo un lugar mejor.
Adiós,
Michael Bay.