Wednesday, December 30, 2009


Teoría de la inspiración inconclusa
 

No todos los compositores tienen la inspiración necesaria para hacer una canción completa, y en ocasiones se valen de tarareos y lalalás para rellenar los vacíos. Esa inspiración inconclusa, parpadeante y tartamuda pulula en las canciones y las vuelve populares, básicamente porque todo el mundo puede tararear.

Por ejemplo, uno de los estribillos más famosos de Bob Marley dice:
Alalalalalón, alalalalalón, lonlelón lonlón (¡come on!).

Red Hot Chilly Peppers se valió del tarareo en su popular canción “Around the World”, para no cansarnos con el coro repetido:


I know, I know for sure; ning, nang, nong, nong, neng, neng, nong, nong, ning, nang.
I know, I know it’s you; ning, nang, nong, nong, neng, neng, nong, nong, ning, nang.


Un caso similar es el de algunos autores tropicales, que hacen la tarea de componer la canción completa, pero la graban con una pronunciación caribeña que parece más un tarareo.

Ramón Orlando musicalizó una oda al home run comparando la carrera beisbolera con el movimiento de caderas femenino. No señor, eso que usted canta como “siano tumbirao, siano tumbirao, con tanto swing y gracia”, en realidad es un clarísimo “Se anotó un virao”.

El mejor ejemplo de estos trabalenguas danzantes lo constituye una canción ininteligible que, a la fecha, no he podido saber qué dice. El coro reza algo así como “sé que si se tiran parán pompín (oh, oh, oh); sé que si se tiran parán pompín”.

Pero los mejores casos de inspiración inconclusa se evidencian cuando la canción está a punto de ser terminada y faltan un par versos. Los compositores optan por palabras y frases obvias que, analizadas con lupa, resultan graciosísimas.

Por ejemplo, la canción “Clase de amor”, de Juanes. Me imagino al cantante paisa con guitarra en pierna y esfero en mano componiendo: “Sé que después de la tormenta viene la calma… eee… mmm… esteee…eee… pero no creo que en ti haya calma. ¡Listo, acabé!”. Me encanta Juanes, pero se le van las luces en un par de versos.

En mi opinión, la mejor muestra de este síndrome del último verso se encuentra en la canción “Te quiero, dijiste” (o muñequita linda), de la finada compositora mexicana María Grever:

Yo te quiero mucho,
mucho, mucho, mucho,
tanto como entonces,
siempre hasta morir.


La canción es espectacular, pero es imposible no evocar conversaciones consentidas de noviazgos idílicos.

- Mi amor, ¿tú me quieres?
- Sí.
- ¿Mucho?
- Mucho.
- ¿Mucho, mucho, mucho?
- Sí mi amor. Mucho, mucho, mucho.

Tuesday, December 22, 2009


Fuentecilla que corre, clara y sonora
 

Creo que los villancicos son la única costumbre navideña relegada al último mes del año (como debe ser). Podríamos decir lo mismo del árbol, el pesebre y los regalos, pero los centros comerciales “visten” sus estanterías de rojo y verde desde mediados de noviembre, y muchos padres instan a sus hijos a escribirle la carta al Niño Dios desde octubre, para clasificar a las promociones de fin de colección de Pepe Ganga.

Con los villancicos no pasa lo mismo. Nadie canta un villancico en noviembre o en enero.

Esa es una de las razones por las que los considero verdaderamente tradicionales. Es más, si lo pienso con detenimiento, constituyen uno de los estandartes de la tradición oral popular.

En mis primeros años, cuando me aprendí los villancicos de memoria (junto con el benignísimo Dios de infinita caridad, el soberana María, el ¡Oh! santísimo José y el acordaos ¡oh! dulcísimo niño Jesús), compartí con mi familia las primeras instancias de esa tradición oral.

Años después, cuando comencé a rezar la novena con mis amigos y compañeros del colegio (¡qué oso cantar el ven, ven, ven!), descubrí que ellos también conocían los villancicos típicos: Antón tiruriruriru, Tutaina tuturumá, A la nanita nana, El tamborilero y El burrito sabanero.

Y pare de contar. Las avecillas, a Belén pastores y Noche de paz no valen, porque todos conocen sólo uno o dos versos.

Claro está que los villancicos son una tradición oral incompleta, porque sólo nos sabemos el coro y la primera estrofa de cada uno. La tercera estrofa de A la nanita nana es: “Pajaritos y fuentes, auras y brisas; respetad ese sueño y esas sonrisas; callad mientras la cuna se balancea; que el niño está soñando, bendito sea”. ¿Quién se sabe eso?

Nunca supimos lo que significaban nuestros villancicos / trabalenguas, aunque personalmente tengo una teoría con respecto a “A la nanita nana”:

Este vocablo constituye la involución de un llamado en el se invita a un sujeto indeterminado a abordar una doncella (Adriana). Probablemente, en el verso original la preposición “a” era reemplazada por “hacia”, al tiempo que el “ea” constituye una interjección, o expresión de júbilo e impresión súbita, y bien podría suplirse por “huy”, “epa” o “guay”. Adicionalmente, nos dirigimos a la doncella por su nombre de pila más el artículo femenino, ejercicio propio de los sectores populares. Así, no será “Adriana”, sino “la Adriana”.

Si estoy en lo cierto (lo cual creo bien probable), el coro original de nuestro tradicional villancico sería:

Hacia la Adrianita, Adriana;
Adrianita, Adriana;
Adrianita, ¡guay!
Mi Jesús tiene sueño,
bendito sea, bendito sea.

Thursday, December 10, 2009



Rutinus interruptus
 

Hace unos días me emborrache con unos amigos. Me emborraché bien emborrachado. ¡Hasta la pituitaria! Fuimos al mejor bar de rock del mundo (sobra decir el nombre) y amanecimos en un apartamento del barrio Pablo VI.

Esa noche fue rutinaria. No porque todas las noches sean así, sino porque siempre que vamos a ese bar es igual: Cantamos y nos embriagamos hasta que prenden las luces, hacemos escala técnica en la choricería de la calle 68 y rematamos en el mismo apartamento de siempre.

En la mañana, el sol se cuela por las persianas y penetra en lo más profundo de nuestro torrente sanguíneo, redundando en una cefalea que nos proyecta en dirección a la panadería de la plazoleta. Finalmente, después del caldo de costilla reglamentario, nos encaminamos a Carulla por un par de cervezas.

Pero esta vez fue diferente, porque descubrimos que el Distrito, muy a nuestro pesar, adelantó una reglamentación que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas antes de las diez de la mañana.

¿Cómo esperan que empatemos el guayabo? ¿Qué pasará con las licoreras que nunca cierran sus puertas? ¿Cuántas familias se ven afectadas con la medida? ¿En qué momento un Carulla 24 horas deja de vender trago?

Hicimos pucheros hasta que nos dolió el labio inferior, y por breves instantes estuvimos a punto de quebrar la voluntad de la cajera. Al final, nuestra vestimenta y hedor matutino jugaron en contra nuestra.

Tal vez una mejor apariencia, acompañada de una mentira no piadosa, habría facilitado las cosas. A las 10:10 a.m., con las cervezas en la mano, pensamos en mejores excusas para una próxima oportunidad. Estas fueron las finalistas:

- “Es para adobar la carne del asado”.
- “Necesito dos cajas de vino para hacer un ponqué”.
- “Busco licor de naranja para hacer unas bananas flambé”.
- “Voy a preparar helado casero de ron con pasas”.
- “Salgo en diez minutos al Nevado del Ruiz y necesito llenar de coñac el barril de mi San Bernardo”.