Wednesday, February 20, 2013

Carta abierta de los chefs del mundo


Desde que desarrollé la teoría de la tuza no escribía en segunda persona, pero después de ver la frustración de tres amigos chefs, decidí reunir algunos de sus comentarios más recurrentes, a modo de carta de desahogo.

A quien corresponda.

Querida clienta, comensal o visitante: Usted no tiene siempre la razón. Nunca la tuvo.

Es cierto que en los restaurantes que visita le ofrecemos un servicio, y que es nuestro trabajo hacer que su visita sea placentera, que su cena sea una experiencia extrasensorial y que pruebe sabores que nunca olvidará.

Por eso, nos hemos hurgado los sesos para crear una carta única, con sabores contrastantes, con fusiones inimaginables. Cada vez que viene a un restaurante y le presentamos nuestra carta, en realidad le mostramos el fruto de innumerables horas de trabajo, pruebas fallidas, repeticiones y más repeticiones hasta encontrar esos sabores ideales con los que soñábamos. Como un diseñador o un fotógrafo con su portafolio, el menú es nuestra mejor forma de presentación. Por eso es una carta.

El problema, mi querida señora, es que usted no tiene el mayor reparo en pedirnos que modifiquemos el trabajo que tanto nos ha costado perfeccionar.

Por supuesto, le damos opciones. Algunas guarniciones, acompañantes o sides pueden reemplazarse, sin afectar el propósito original del plato. Pero este no es el caso. No estamos hablando de cambiar las papas por ensalada. Estamos hablando de quitarle la berenjena a la ensalada de berenjena.

Imagine que compra una casa y le dice al agente inmobiliario “¿sabe qué? Yo quiero poner la cama en el techo y de paso empotrar unas mesitas de noche en las paredes del comedor”. Nadie en su sano juicio le va a dar gusto. “Pero es que yo soy el cliente, y el cliente siempre tiene la razón”. No, señora. No es cierto. Usted no puede hacer lo que se le dé la gana.

“Yo quiero este plato, pero la salsa sin cebolla. ¿Me puede hacer esa misma salsa, pero sin cebolla? O mejor, sin tanta cebolla. El plato se ve muy bueno, pero no me gusta tanto la cebolla. La cebolla no me mata”.

Señora, si la cebolla está ahí, es por una razón especial. Es posible que le quitemos la cebolla a su plato, porque a usted no le gusta, pero entonces no sería el plato que tanto nos tardamos en crear. Es posible que cuando pruebe su plato, con poquita cebolla, no le guste, le parezca insípido, plano, sin carácter o volumen, que adolezca de algo. ¿Sabe qué le falta? Cebolla. Mejor pida otra cosa.

Y cuando no le quitan, le ponen. No hay nada más triste que ver un arroz al limón, con finas hierbas y almendras molidas, cuando es creado minuciosamente para ser el acompañante ideal de un corte de carne, bañado en salsa de tomate y mostaza. Y no tenga el descaro de pedirnos que le fritemos dos huevitos para ponerle encima, porque a usted le encanta el arroz con huevo.

No son remilgos de chef o ínfulas de superioridad, aunque hay que reconocer que tenemos el ego más arriba que las campanas extractoras de humo. Pero es que esas exigencias sólo ocurren con los restaurantes. Usted no va a un concierto a ponerse de mal humor si no cantaron su canción favorita. O a una galería de arte esperando que le personalicen la pintura. En cambio, en los restaurantes usted siente un poder infinito, amparado en la frase que el cliente siempre tiene la razón.

La siguiente es una conversación real, entre un chef y una señora, en un restaurante de Miami.

¿Usted es el chef? Este plato no tiene sentido.
Disculpe, señora. Pero hicimos el plato como usted lo pidió.
Pero no sabe a nada.
Por supuesto, señora. Usted quería la ensalada de la casa, pero sin aceitunas negras, tomate, cebolla y pimentón. Y pidió específicamente que no le pusiéramos ningún aderezo.
Pero esto es un plato de lechuga.
En realidad, es la ensalada de la casa, a su gusto, tal como usted la pidió. Y vale nueve dólares.

No lo tome a mal. Simplemente, estamos ahorrándonos dolores de cabeza, porque cuando a usted no le guste el plato que hicimos como a usted se le dio la gana, y nos llame para decirnos que no sabemos cocinar, tendremos que darle la razón. Porque el cliente siempre tiene la razón, aunque no la tenga.

La verdad es otra. El cliente cree tener la razón, por estar en la posición del comensal que hay que complacer, pero lo que usted hizo, señora, fue prostituir la promesa de un servicio integral, y la cambió por un huevo frito encima del arroz.

Buen provecho.

Wednesday, February 06, 2013

Los peores amigos del mundo


Mi grupo de amigos es malo. De todos los grupos de mejores amigos que existen en el mundo, el mío es el peor. Somos los peores mejores amigos del universo.

Todos los vicios que he probado y todos los malos sitios que he visitado los he conocido por culpa de mis amigos. Nunca nada provechoso salió de nuestros encuentros y estoy seguro de que todos somos peores personas de lo que pudimos haber sido, gracias a nuestra amistad.

¿Han visto cuando dos amigos se ponen espalda con espalda y se enfrentan a puños contra los malhechores del barrio aledaño, y permanecen juntos aunque los revienten a golpes? Nosotros nunca hicimos eso. Por el contrario, levantábamos las manos en señal de rendición y dábamos dos pasos hacia atrás, cuando alguno más nos necesitaba. Somos cobardes en la batalla, pero nos quedamos para hacer mofa de los golpes que recibió el valiente y burlarnos de él, por bruto, porque quién lo manda ir a pelear solo.

No me tomen a mal. Ninguno es un delincuente o un drogadicto, y nunca se obligó a nadie a hacer algo en contra de su voluntad, pero como grupo somos culpables de tragedias amorosas, odios, negocios que nunca se concretaron y peleas familiares con heridas duraderas. Y no nos importa en lo más mínimo.

Somos los peores amigos porque nunca estamos cuando más nos necesitamos. Pasamos años sin vernos y meses sin hablarnos. Muchos se ennovian, se enamoran y terminan sus relaciones, sin que nos enteremos. Muchas veces, cuando alguno sintió que estaba comenzando una relación promisoria, tardó varios meses en encontrar el valor de presentarle su novia al resto del grupo. No por vergüenza, sino por miedo a la burla.

Porque es la burla, por encima de cualquier otra cosa, el ingrediente que alimenta nuestra inútil amistad. Nos burlamos del gordo, por gordo. Del calvo, por calvo. De nuestras deformidades, nuestras imperfecciones y nuestros traumas. Si descubrimos algún defecto en alguno, lo explotamos hasta el hastío.

Los chistes viejos, que bien podrían ser recuerdos evocados con alegría, son en realidad vergüenzas que recordamos incisivamente, para reírnos a nuestras anchas de nuestras desventuras, imprudentemente, en cenas familiares o fiestas con personas desconocidas.

No nos reímos juntos, sino de alguno. A veces del enano, por enano. O del de barriga arrugada, por deforme.

Nos hacemos mala fama, unos a otros, con comentarios alusivos a cirugías de cambio de sexo o relaciones homosexuales, en las fotos de facebook de los álbumes con los compañeros de oficina, con preguntas como “¿Probó varón?” o “¿Se puso vagina?”.

En numerosas ocasiones hemos escuchado frases llenas de arrepentimiento, como “Por culpa de ustedes mi relación con Juliana se acabó”, “Mi mamá no los quiere volver a ver” o “Nunca debí haberles presentado a mi socio”, que tomamos como nuevos chistes, que perdurarán en el tiempo y se volverán burlas sempiternas.

Recientemente, un amigo del grupo se volvió cristiano. Como parte de su nueva vida, busca alejarse de las influencias que lo induzcan al pecado y de los comportamientos que lo distancien de los designios del evangelio. Hace seis meses no sabemos nada de él… pero ya volverá.

Podría terminar diciendo que a pesar de nuestros defectos somos un grupo que no cambiaríamos por nada, pero varias veces nos hemos abandonado, optando por otros grupos de amigos que terminamos contaminando, para luego volver a la canasta de manzanas podridas. O podría decir que a pesar de nuestra amistad enfermiza nos queremos, pero eso tampoco sería cierto. Ni siquiera borrachos nos hemos dicho que nos queremos y mucho menos nos lo hemos demostrado.

Bien podría hacer algo al respecto. Sentar un precedente, invitarlos a cambiar, ser mejores amigos, instarlos a ayudarnos en vez de burlarnos de nuestros defectos, pero sé perfectamente cuál sería su respuesta: “¡Ay! ¿Qué le pasó al niño que está delicado? ¿Comió varón o se puso vagina?”.