Thursday, October 20, 2011

En defensa de la lectura que se me dé la gana

Ni lo grito a los cuatro vientos, henchido de orgullo, desde la montaña más alta, ni me avergüenza en lo más mínimo. Es un hecho con el que vivo. No soy feliz con él ni me atormenta. No me cambió la vida, para bien o para mal. No fue una pérdida de tiempo, pero tampoco mi mejor inversión. Simplemente pasó, lo disfruté y seguí adelante con mi existencia. El problema es que a algunas personas les parece un hecho inaudito y hoy, más de dos años después, me juzgan como si hubiera cometido un crimen.

Hablo de la lectura de Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer, la saga completa de la ama de casa estadounidense Stephenie Meyer, que leí en poco menos de dos meses.

Lo reconozco. Me desvelé, preocupado, pensando en la relación de Bella Swan con el hermosísimo Edward Cullen. “¡No te lo mereces, casquisuelta! ¡Te rumbeaste al lobo, vagabunda!”, grité alguna vez en un bus, con libro en mano, devorado por la euforia de la trama.

En ese entonces estaba por salir la primera película. Las adolecentes del mundo se revolcaban de emoción en sus cubrelechos (¿cubrehelechos?) de Hello Kitty, mientras yo fingía prudente curiosidad. Mi afán era terminar los cuatro tomos antes del estreno, y finalmente así lo hice.

Era la moda. A la gente le llamaba la atención el tema de los vampiros adolecentes, y los libros se vendían como pan caliente. Es cierto que tenían aspectos estúpidos, como ese vaho a quinceañera emo clase media, y algunas características sacadas del sombrero, como que los vampiros brillan a la luz del sol. Pero a pesar de eso contaron una historia entretenida.

Terminé los libros, vi las películas y el tema murió. Al menos eso creía, pero cada vez que el asunto sale a colación algunos ‘eruditos’ me miran por encima del hombro.

- ¿Tú? ¿Leyendo crepúsculo? ¡Pero si esos libros son una estupidez! -, me dijo alguna vez un amigo, como si hubiera comprado un afiche de la película y lo hubiera pegado en el techo de mi cuarto.
- Bueno, seguramente no se estudiarán por décadas en las facultades de literatura del mundo, pero eran la moda. Me dejé llevar, los disfruté y ya están archivados. No es para tanto.
- Si querías leer una saga de literatura fantástica para jóvenes hubieras optado por Harry Potter, o las Crónicas de Narnia.
- Gracias. Ya las leí.
- ¿Pero entonces qué fue lo que pasó? ¿Te quedaste sin opciones? Siempre hay mejores cosas para leer. Literatura rusa, la nueva ola colombiana, un premio “la otra orilla” o el catálogo de Alfaguara que es tan enriquecedor. ¡O los clásicos! Siempre puedes volver a los clásicos.

Siendo originario de Colombia, un país en el que la gente no lee, y en el que una de las principales editoriales del continente cierra sus divisiones de literatura de ficción y no ficción, porque no son rentables, suelo ser catalogado de nerd, porque leo mucho más que el promedio.

Pero eso no significa que sea un erudito. Además, ¿quién se inventó que las personas inteligentes tenían que leer únicamente literatura de Premio Nobel? He encontrado a varias amigas leyendo libros de presentadoras de televisión, chistosos, sobre citas, sobre por qué las mujeres son como son y los hombres no las entendemos. ¡Pero no les digo brutas!

¿Y cuántos que me han criticado haber leído Crepúsculo conocen la obra de Mark Twain? ¿O han leído el Ulises, de Joyce? (Yo tampoco lo he hecho) ¡O Cien años de soledad, para no ir más lejos! Uno incluso se atrevió a hacerme el comentario.

- ¿Te leíste TODA la saga? ¿Qué tan largos son esos libros?
- Combinados, deben ser unas 2.500 páginas.
- ¡Qué pendejada! Perfectamente hubieras destinado ese tiempo en leer otra cosa-. Ese día se rebosó la copa.
- ¡Pero todavía puedo hacerlo! Adivina qué: No se me acabaron los ojos con Crepúsculo. ¡Todavía puedo leer!