- ¿Qué pasó con la bufanda que
te regalé?
- ¿Cuál bufanda?
- La negra.
- Se me quedó en la casa del gordo,
pero mi hermano Carlos me dijo que se la había llevado después de que nos
fuimos.
- ¿Pues adivina qué?
- ¿Qué?
- Estuve en la casa de Carlos.
- Oh.
- Busqué la bufanda por toda la casa
y no está en ningún lado. La bufanda se perdió.
- Es culpa de Carlos.
- ¡Claro que no! Es culpa tuya,
porque la perdiste.
- Yo la perdí en la casa del gordo, pero Carlos la recuperó.
- Sí, pero se volvió a perder.
- Por culpa de Carlos.
- ¡No! La bufanda era tuya. Tú la
perdiste.
- Sí, pero después apareció. Si se
volvió a perder yo no tengo la culpa.
- Si no la hubieras perdido la
primera vez, no se habría perdido la segunda. Carlos sólo retrasó la perdida.
- ¿Qué? Eso no tiene sentido.
- ¡Claro que sí!
- ¡No! Las perdidas no se adelantan
o se atrasan. Las cosas están perdidas o no están perdidas.
- Y tú perdiste la bufanda.
- ¡Pero después apareció!
- Sigue siendo tu culpa que se haya
perdido.
Mientras almorzábamos:
- ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Sí... pero sigo de mal genio contigo, porque
perdiste la bufanda.
- Si tuviéramos un perro y un día yo
dejara la puerta de la casa abierta, y el perro se saliera y se perdiera, sería mi culpa. ¿Cierto?
- Sí.
- Pero si después el perro aparece y
un mes después Carlos deja la puerta abierta y el perro se sale, ¿sigue siendo
culpa mía?
- Eso no tiene NADA que ver
- ¡Claro que sí! El perro se perdió
por culpa de Carlos. La bufanda también.
- No te vuelvo a regalar ni mierda.
- Bueno. No me importa
- Esa bufanda se te veía
espectacular con la chaqueta negra.
Lavando la loza:
- ¿Qué pasó con la chaqueta negra que
te regalé?
- ¿Cuál chaqueta
negra?
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