Monday, November 23, 2009



Teoría alimentaria de sobresaturación por indigestión reiterativa
 

Nuestros gustos gastronómicos evolucionan. Hay alimentos que no disfrutamos en nuestros primeros años, pero que se vuelven indispensables en la adultez. En mi caso, las aceitunas y las alcaparras. Hay otros que amamos cuando somos niños y que comenzamos a dejar en el plato, poco a poco, hasta que desarrollamos por estos un odio encarnizado. En mi caso, las guayabas y las uchuvas. ¿Por qué?

El primer postulado se explica con facilidad. Un ajiaco no es ajiaco sin alcaparras, y un Martini no es Martini sin aceitunas. Con los años le tomé cariño a las dos preparaciones y voilà, me comenzaron a gustar las aceitunas y alcaparras, por defecto.

¿Y las guayabas y las uchuvas?

Pasé un buen porcentaje de mis fines de semana, entre 1985 y 1992, en dos fincas: una en Fusa y otra en Cota. En la primera pululaban los árboles de guayaba y, en la segunda, los de uchuva.

Me embutí estas frutas hasta que me salieron por las orejas, organicé con mis primos campeonatos enteros (con eliminatorias, octavos y cuartos de final) de comer pirámides de uchuvas y me atraganté de guayaba hasta la diarrea severa, que, según mi mamá, merma con jugo de guayaba.

Incluso me llevé talegadas de fruta a mi casa en Bogotá, donde mi mamá, en un afán enloquecido por no desperdiciar la comida, me mandó en la lonchera del colegio queso con dulce de uchuva y jugo de guayaba.

Hoy no puedo ver esas frutas ni en un bodegón, y mis traumáticas experiencias con la guayaba y la uchuva me llevaron a desarrollar la teoría que titula esta entrada de Me Regala para un Pan:

El cuerpo humano tiene la capacidad de procesar grandes cantidades de alimentos, que si consolidamos en una ecuación básica redundan en cifras astronómicas que lindan con lo ridículo.

Hagamos el ejercicio con la leche. Una persona promedio, que desayune todos los días con un vaso de leche (con cereal, café, té, avena) ingiere un litro de leche en cuatro días, aproximadamente. Estamos hablando de más de 92 litros en un año.

Una persona, que viva en promedio 75 años, se tomará casi 7 mil litros de leche en su vida. Eso supera con creces la capacidad de un camión cisterna promedio (5.000 L) y equivale a la producción diaria de 346 vacas, a doble ordeño por día. ¡Esa es mucha leche! (léase con acento guache).

Según esta teoría, esa es la capacidad máxima aproximada de leche que un cuerpo promedio es capaz de procesar en su vida. Si un individuo colma ese aforo a la edad de 40 años, pasará el resto de sus días odiando la leche. ¡Odiándola con el alma!

Y cuando la suegra le diga “¿un vasito e’ lechita pa’l veleño? No va y sea se atore”, hará una mueca de desagrado y dirá con total cordialidad “no, muchas gracias, creo que de joven me tomé toda la leche que me tenía que tomar”.

3 comments:

Angela R said...

De chiquita creo que me "empaqué" más de un árbol de brevas (o brevo que llaman) y otros tantos de uchuvas, pero no sé por que extraña razón odio las brevas, pero adoro las uchuvas

Anonymous said...

Que buenos tiempos aquellos hermanito.

Anonymous said...

Yo la guayaba la detesto pero porque en el termo me lo echaba mi mamá en las mañanas y a la hora del recreo eso fijo estaba picho, además nunca he visto una guayaba que no tenga gusanos.
Las uchuvas si las paso.

Jana