Saturday, February 05, 2011

La peor empresa del mundo

Tenía unos ocho años cuando mi mejor amigo me propuso una idea infalible para un negocio:

  - Vamos a vender Tang y Frutiño en el parque -, me dijo Tomás (supongamos que se llama así), envolviéndome con un brazo y dibujando un arco en el aire con su mano libre.
  - ¿En cuál parque?
  - ¡En el que queda al frente!
  - Ajá. ¿Y a quiénes les vendemos Tang y Frutiño?
  - Pues a todos los niños que salen a jugar fútbol.

Supongo que la idea surgió de algún programa estadounidense en el que un niño vendía limonada en el andén frente a su casa, en una mesa con mantel de cuadros, con jarras inmaculadas llenas de cubitos de hielo y un tierno letrero hecho con una caja de cartón, todo bajo la sombra de un esplendoroso cedro.

Me pareció una iniciativa genial, y en pocos días nos hicimos a los insumos. Mi mamá nos prestó una mesa pequeña y un mantel. No era una mesa muy bonita, ni el mantel era de cuadros, pero las dos cosas servían.

La jarra que mi amigo sacó de su casa tampoco era muy agradable: Era uno de esos recipientes cafés o verdes que las mamás con el paso de los años usan para remojar la ropa. La mayoría de los vasos, otrora contenedores de mermelada, estaban desportillados.

El día del lanzamiento madrugamos. Llegamos al parque como a las ocho de la mañana y nos instalamos en un rincón estratégico. Mientras acomodábamos los vasos, Tomás, cerebro de la empresa, sentenció la razón social:

  - Frutitang. Como vamos a vender Frutiño y Tang, pues nos llamaremos Frutitang -, dijo orgulloso, como si hubiera desarrollado toda una campaña informativa y publicitaria.
  - ¡Genial! Fruti, de Frutiño -, contesté emocionado.
  - Y Tang, de Tang -, complementó Tomás.

Comenzó la jornada. Nos sentamos frente a la mesa con la jarra helada, pero nadie salió a jugar fútbol. Inmersos en nuestra soledad hablamos de todo lo que lograríamos con Frutitang, de cómo llegaríamos a otros parques del barrio y de cómo diversificaríamos el negocio.

  - Podemos vender otras cosas, para que nos compren Tang -, dijo Tomás, arrancando pedacitos de pasto.
  - ¿Cómo así? - , pregunté, cansado, después de varias horas de estar sentado y no haber visto un solo niño.
  - Por ejemplo, papas picantes. Si alguien las compra se va a picar y tendrá que tomar algo. Entonces, primero le vendemos las papas y después le vendemos el Tang.

A medida que el día transcurría Tomás desarrollaba estrategias increíblemente ridículas, mientas yo, sediento, miraba el hielo derretirse en la jarra de Tang. Cerca del medio día mi prudencia se resquebrajó.

  - ¿Puedo tomar un poquito? -, pregunté.
  - ¡No! Es para venderle a los niños que juegan fútbol.
  - Pero no hay nadie jugando fútbol, tengo sed y esto está muy aburrido -, dije con la voz quebrada, acostándome en el pasto.

Pocos minutos después enfrentamos la realidad y recogimos todo. Tomás subió a su casa los vasos y la jarra rebosante de Tang. Yo llegué a la mía cargando la mesa y el mantel.

  - ¿Cómo les fue? -, preguntó mi mamá.
  - Mal.
  - ¿Por qué? ¿Qué pasó?
 

Quise contestarle que no había pasado nada. Absolutamente nada. Ni un cliente, ni un niño con un balón, ni un cochino perro. Pero me quedé callado.

Cuando guardé la mesa en la cocina me asomé por la ventana y vi a un grupo de niños con un balón, armando las canchas de fútbol con los sacos que tenían amarrados a la cintura. Por supuesto, mi reflejo fue bajar corriendo al parque, pero no a ofrecerles los servicios de Frutitang, sino a preguntarles si me dejaban jugar.

Llegué casi al mismo tiempo que Tomás.

  - ¿Viste? Les pudimos haber vendido Tang ,- dijo Tomás.
  - Hagamos una cosa -, le contesté, con todo el poder de mi lógica infantil -. Si al final del partido nos da sed, vamos a la tienda y nos compramos un boli.

3 comments:

Suzie V said...

Una de mis entradas favoritas, casi muero de ternura =)

Yo también intenté ser una joven empresaria, vendiendo tarjetas para fechas especiales. El resultado fue el mismo.

Lion Coder said...

A mi si me fue bien con mi empresa infantil de helados, el problema fue cuando me metí a hacer helados de coco; eran los favoritos de la gente pero me gastaba como 5 horas en pelar y rayar los cocos

Anonymous said...

muy buena historia, me recordo mis proyectos de juventud, es increible como una vuela con la mente con lo que puede lograr, jajajaja, me estoy matando de risa, por como me queda el saco en esta historia. saludos...