Sunday, March 10, 2013

El perro y el hijo


A Juan y Pili, los papás de María Antonia.

Tener un perro no es como tener un hijo. No importa cuánto se ame al perro. Es cierto que es parte de la familia, pero usted, señora, no es “la mamá del niño”. Ni sus hermanas son “las tías del niño”.

Si usted, señora, quiere vivir esa fantasía, bien pueda hágalo. Si quiere gastarse cantidades exorbitantes de dinero en salones de belleza, comida enlatada, seguros, servicios de salud y campamentos de entrenamiento, todo en aras de darle a su mascota el tratamiento propio de un humano, ese es su problema.

Si quiere llenar las redes sociales con fotos del “niño” a los tres meses, a los seis meses, al año, en la primera desparacitada, en la primera vez en la peluquería, hágalo. Y mejor si lo vuelve todo un álbum privado, para que sea usted sola la que se regocije con la cotidianidad de su mascota.

Si quiere publicar semanalmente un video en facebook con los mejores momentos de “la princesa” en el parque, hágalo. Algunos lo encontrarán encantador. Otros lo ignoraremos, como ignoramos la foto de su mascota durmiendo, corriendo, ladrando, rascándose las pulgas.

En cuanto a la forma como lleve su relación de dependencia con un animal, señora mía, no tengo reproche. Lo que de verdad me encrespa los nervios es que compare el amor que usted siente por su perro con el amor que los padres sentimos por los hijos, un atrevimiento que suele tenerse en los momentos menos apropiados.

Sostuve la siguiente conversación hace un año, aproximadamente, en una fiesta con amigos de la universidad.

- Samuel se partió un brazo cuando tenía tres años, en una fiesta. Se cayó de un pasamanos. Fue uno de los momentos más angustiantes de mi vida-, dije, tomando el vaso de whiskey a dos manos, evocando el accidente de mi hijo.

- ¡Terrible! Yo todavía recuerdo cuando me llamaron a la oficina desde el colegio, porque mi hijo menor había tenido un accidente jugando fútbol. Casi me muero-, contó una amiga, poniéndose la mano en el pecho para apaciguar el corazón, que amenazaba con subirle por la tráquea.

- Gracias a Dios Juliana nunca se ha accidentado. Me enloquecería si le llegara a pasar algo-, agregó otro.

- Bueno, yo no tengo hijos…

Mal inicio, señora.

- Como les decía, yo no tengo hijos. Pero Félix, mi perro, lleva en la casa como siete años. Es como un hijo para mí. Hace dos meses, se comió una caja de chocolates y nos tocó llevarlo a que le hicieran un lavado estomacal. Tuvo diarrea casi una semana. No se imaginan el susto.

Todos volteamos a mirarla, y deseamos mentalmente que Félix se hubiera orinado en los chocolates, y que fuera ella la que necesitara un lavado estomacal.

Señora, no es lo mismo. Y la conversación de padres angustiados no es el mejor momento para ventilar su amor por Félix.

No me malinterprete. El perro merece más amor que nadie en el mundo. Por su constancia, lealtad, gratitud e incondicionalidad. Todos deberíamos aspirar a ser como los perros, a amar y, sobre todo, a perdonar como ellos. Estoy seguro de que su perro la ama a usted más de lo que mis hijos me aman a mí. Pero esa es otra discusión.

El mismo instinto que hace que el perro sea como es, hace que los padres seamos como somos con los hijos. No se trata sólo de amor duradero o romántico, sino de un llamado natural. Hay una necesidad visceral de protegerlos, un instinto enfermizo de defenderlos y una preocupación infinita porque no les falte nada.

Usted, señora, no entiende esa capacidad de amar que el perro le pregona. A los padres nos pasó lo mismo. Todos creímos alguna vez conocer el amor verdadero. Después tuvimos hijos, y descubrimos lo equivocados que estábamos.

Tal vez soy yo el que no entiende su caso. Tal vez la vida le dio mucho amor para dar, pero no le dio hijos.

Por eso, la invito a unirse a nuestra angustia. A volcar ese amor y ese presupuesto de salón de belleza y seguro de vida en un legado distinto. Adopte a un niño. ¡Hay muchos sin mamá! Tómele fotos, súbalas a facebook (prometemos no ignorarlas), sufra con su dolor y conozca el amor de verdad.

Y adopte un perro, para que el niño aprenda que alguien lo puede amar y perdonar como sólo su mamá puede hacerlo.

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