Monday, August 16, 2010

La cuenta de la tarjeta de crédito

Todos los portadores de tarjetas de crédito tenemos la misma frustración. No me refiero a que la cuente nos llegue más alta de lo que esperamos, o a que nos sigan cobrando la botella de whiskey diferida, once meses después de que el hígado la asimiló. Hablo de la identificación de los ítems en los recibos mensuales. Uno tiene clarísimo qué compró, pero la cuenta es inentendible.

- ¿Mi amor?
- Dime.
- ¿Qué compraste en Superficies TR Ltda.?
- Ese es el mercado.
- ¿Y por qué no fuiste a Carrefour?
- Fui a Carrefour. Así es como sale en la tarjeta.

Estoy seguro de que no soy el único al que le ha pasado.

Otro problema es que los nombres salen incompletos, porque el espacio es muy reducido: Industria Colom… Distribuciones F… Centro Naciona…

Dos días antes de la fecha límite para pagar la cuenta los portadores todavía estamos haciendo memoria, recogiendo nuestros pasos hasta el momento de la compra. Normalmente los cuestionamientos aterrizan en conversaciones con terceros.

- ¿Mi amor?
- Dime.
- ¿Qué hicimos ese día?

Pero es imposible preguntar demasiado, porque podemos caer en la trampa del aniversario olvidado o del cumpleaños extraviado.

- Era un jueves, acuérdate.
- No sé.
- Como a las 8:30 p.m.
- ¡Yo no sé! Paga esa vaina y pon más cuidado a lo que compras.

Incluso terminamos llamando a algún amigo cercano.

- Ole, Álvaro, ¿yo estaba con usted ese día?
- No sé, me imagino.
- ¿Y yo no compré nada raro?

Nunca había calculado el peligro potencial de la información incompleta en las cuentas de las tarjetas de crédito, hasta que me contaron la siguiente historia. Lo que relataré a continuación sí pasó. Los nombres son inventados.

Ricardo llegó a su casa a altas horas de la noche, después de una reunión de trabajo, y se encontró con dos maletas al lado del comedor.

- Hola Dani. ¿Y eso? -, le preguntó a su esposa, mientras dejaba el saco en el perchero y se soltaba el nudo de la corbata.
- ¡No te hagas el pendejo! ¡Te me largas de la casa!

¡Por Dios santísimo! Una de las frases más temidas por el género masculino, porque obliga al caballero a recorrer la memoria que jura no tener y a autocuestionarse. ¿Ahora qué hice? ¿En qué la embarré? ¿De qué se enteró?

- Chiquita, cómo así -, estos son momentos en los que el puchero no sirve de nada.
- No te hagas el imbécil. Te llegó la cuenta de la tarjeta de crédito. ¿Qué significa esto, Ricardo?

Daniela le tiró la cuenta en la cara y Ricardo la atrapó en el aire. Comenzó a leer ítem por ítem y llegó a la compra que sacó a su esposa de los chiros, e hizo que le sacara a Ricardo los chiros: La casa del amor... $350.000 (unos 190 dólares).

En esos momentos no hay diálogo. La mujer pelea y el hombre hace memoria. La mujer manotea y el hombre se concentra.

- ¡Eres un descarado! Visitando moteles quién sabe con quién. ¿La casa del amor, Ricardo?

Dios mío, qué será esta vaina.

- Y en horas de oficina. Fijo se voló con la secretaria– con la ira se pierde la capacidad de tutear.

No, imposible. Un momentico, ¿esto qué día fue?

- Loba asquerosa, tanto que le cuida el puesto no es gratis, ¿no?

¿La casa del amor? ¡Cuál casa del amor! Fijo es alguna embarrada de Álvaro.

- ¡Qué belleza! Pero a ver, mijito, reconozca sus actos, sea varoncito – Iraronia: el arte de la ofensa que conjuga la ira con la ironía.

Si digo que me clonaron la tarjeta esta vieja loca me mata.

- El carro vuelto mierda y usted gastándose la plata en moteles.

¡Eso! ¡El carro!

- Mi amor, cálmate. Déjame explicarte.
- Descarado, no hay derecho.
- Mi amor, no es la casa del amor.
- ¿Cómo que no? Acá dice clarito: "La casa del amor".
- No, mi amor. Es "la casa del amortiguador".

Me imagino la cara de Daniela. Y me imagino cómo los testículos de Ricardo descendieron desde la faringe hasta el escroto

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