Thursday, October 14, 2010

El negocio redondo

Las normas de comportamiento que un hombre debe tener en cuenta cuando acompaña a su novia de compras son las mismas que siguen las reinas de belleza en un desfile, cuando viajan en una carroza o en una ballenera: Sonría, no se siente, no se distraiga, disimule el cansancio, no deje que se le caiga la ropa y, lo más importante, hágales creer a todos que la está pasando delicioso.

La realidad es otra. Normalmente, los hombres odian ir de compras con su novia o esposa. Algunos señores incluso se jactan de su independencia y de su posición de macho alfa. Es decir, en las tardes de domingo se rascan la barriga, ven televisión y se empalagan en frituras, mientras sus novias van de tienda en tienda, se miden cuanta blusa se les atraviesa y salen de los almacenes cargadas de bolsas coloridas.

¡Ojalá esos caballeros acompañaran a sus novias! No se imaginan de lo que se pierden.

La siguiente historia es real. Ocurrió hace poco más de dos años.

Un viejo amigo, digamos que se llama Nicolás, contrajo nupcias con su primer y único amor, después de varios años de noviazgo. Tuve el placer (o la desgracia) de ser uno de los primeros invitados a su hogar naciente, para uno de esos almuerzos formalísimos, en los que lo más importante es mostrar que el matrimonio marcha a las mil maravillas.

Nicolás me dijo orgulloso que era el peor compañero de compras del mundo, y que su esposa lo sabía. Ella, mientras tanto, cuchareaba con actitud de triunfo una crema de auyama. No era difícil saber quién llevaba los pantalones en la casa.

- Con Tata siempre hemos sido muy sinceros-, dijo mi amigo mientras tomaba de la mano a su esposa-. Ella sabe que odio ir de compras y por eso nunca me pide que la acompañe.
- Eso no tiene nada que ver. Una cosa es que no te guste y otra que no la acompañes-, dije.
- No veo por qué tengo que obligarlo a hacer algo que no le gusta-, contestó Tata, mirando a su esposo con ojitos comprensivos.
- ¡Pues por negocio!-, interrumpí extasiado. - Si tú haces por tu esposa algo que no disfrutas, ella después hará por ti algo que no disfruta. Y dejémonos de pendejadas, Nico, en ese trato siempre salimos ganando los hombres.

Como era de esperarse, Tata me miró con ojos de verdugo. Había abierto el pergamino sagrado y develado uno de los más grandes secretos de las relaciones matrimoniales: la posibilidad de justicia. Nicolás apenas asimilaba la información cuando su esposa hizo una última jugada:

- No se me ocurre nada que Nico quiera que haga y yo no disfrute.
- ¿En serio? -, dijo mi amigo.
- A mí se me ocurren como tres o cuatro cosas -, agregué.

No aguantamos la obviedad y soltamos la carcajada. Tata estaba indignada con la falta de orden en un almuerzo formal y puso punto final a la conversación.

- ¡Qué asco! Ustedes no piensas sino en esas cochinadas.

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